Son las cuatro de la madrugada, – había dormido poco y mis ojos me ardían bastante, – pero tengo que ser de los primeros, sino no habrá comida para mi familia – decía para mis adentros mientras me dirigía para el mercado más próximo. –
Habían pasado casi seis meses desde que salimos del aislamiento. Nunca pensé que extrañaría el ruidoso paso de los vehículos, y las aceras llenas de gente yendo a quien sabe dónde. Pero, ahora es menos frecuente ver eso. Las personas aún tienen miedo de ser el próximo caso, no los culpo, yo también creía en que habría una cura para este virus.
Lamentablemente nos hemos hecho más egoístas, y claro lo entiendo, no hay mucho para compartir, pues la mayoría de los gobiernos de todos los países están prácticamente quebrados, o al menos eso siguen diciendo RT en español. Puede que haya parte de verdad o no, pero lo cierto es que las empresas despidieron a miles de empleados, entre todos ellos, yo.
No las culpo, esto olía mal desde que se escuchó la palabra cuarentena, y quizá un poco antes. Desde que no fui el imprescindible en mi lugar de trabajo. Aunque siempre pensaba que los robots algún día me reemplazarían, pero graciosamente fue un insignificante virus. Cosas de la vida, ahora los robots tendrán que esperar, al menos, un tiempo más para llegar a mi país y despedir a la próxima clase obrera.
El mercado habilitado más cercano para mí, es el que se encuentra entre la avenida Piraí y tercer anillo interno. – No veo muchos vehículos, talvez por la hora. Pero esto ha estado así desde esta pandemia. – El transporte público (al igual que los mercados) aún sigue siendo restringido pues han sido la causa de que muchas personas se hayan contagiado. Quien iba a pensar, que sentarse en el asiento de otra persona era capaz de que te pegue ese infeliz virus.
Si quizá hubiera sido otra situación, me hubiese escapado con mi familia, aunque sea a provincia, pero según el periódico local, allá la situación fue aún peor. No lo esperaba, nadie lo esperaba, quien iba a pensar que esta enfermedad haya afectado tanto y a tantos.
El número de taxistas aumentó, aún más. Otros se han dedicado a revender los productos de la canasta familiar, en mercados móviles, quien diría que ese negocio hubiese venido para quedarse, y revender los pocos alimentos que llegaban a la ciudad.
– Al fin llego al lugar, y en menor tiempo del que había pensado. – Quizá sí, quizá sí merecíamos ser castigados para aprender algo. Aunque no sé si fue suficiente – Eso decía para mis adentros mientras me llevaba las últimas cajas de huevos. – Quien diría que para alimentar a mi familia tendría que ser un revendedor.
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