Los días siguientes me dediqué a conocer la ciudad de sur a norte y de oriente a occidente, teniendo en cuenta que había decidido quedarme por tiempo indefinido. Estaba seguro que tarde o temprano conseguiría trabajo y eso me permitiría un mejor nivel de vida. Primero fui a conocer ciudad jardín, uno de los barrios más emblemáticos de Cali porque ahí vive gente que tiene mucho dinero, conseguido con mucho esfuerzo en unos casos y otros casos por los medios más fáciles y peligrosos. Ahí se respiraba otro aire, las casas parecían mansiones y todo estaba limpio. No se veía casi gente por las calles, era obvio pues todos tienen vehículos último modelo en los cuales se desplazan dónde quieren. De vez en cuando se veía una que otra empelada del servicio que llegaba a cumplir con sus obligaciones para la que había sido contratada, es decir la limpieza de la casa y todo lo que tiene que ver con la cocina. Me hubiera gustado vivir ahí, pero no podría pagar el arrendamiento, al menos por ahora. Había un parque muy bonito, de inmediato me dirigí hacia él y me senté en una de las bancas de cemento. El guarda de seguridad se me acercó y me preguntó quién era. Yo le dije que un hombre honesto que andaba conociendo la ciudad de extremo a extremo y que estaba fascinado con la belleza de la mujer caleña y con los paisajes hermosos y con el aroma de caña que se siente por donde uno ande. Aunque no debía hacerlo le mostré mi cédula de ciudadanía y mi carne de la universidad que aún conservaba. El guarda me dijo que no había ningún problema y que me podía quedar ahí todo el tiempo que quisiera, menos en la noche porque cierran las puertas del parque para evitar que llegue gente de otros sectores a consumir marihuana.
Tan pronto el guarda de seguridad me dejó solo saqué un cuaderno y un lapicero del maletín y pensé que escribir una letra en homenaje a la sultana sería la mejor forma de mostrar mi afecto a tan hermosa comarca. Las ideas iban y venían por mi mente, pero no encontraba las precisas, las que me permitieran plasmar en el papel una letra decente, hasta que al fin logre encontrar el tono adecuado. La letra decía lo siguiente:
Quiero que seas mi sultana
Que iniciemos un romance
Aroma de mi valle emana
Quiero contigo bañarme en Pance.
Seré feliz con mi sultana
En este valle y con su calor
Y caminando voy con Luciana
Porque ella tiene sabor.
De ella me enamoré
Pronto su mano pediré
La amo porque ella es bella
Ella tan dulce como doncella.
Iremos de rumba a la sexta
Porque mi Cali tiene sabor
Con el aroma de ceibas y samanes
En Cali Cali gozo mejor.
Y caminando por la sexta voy
Cali tiene sabor
Con el calor que siente Luciana
En Cali se goza mejor,
A San Antonio te llevaré mujer
Cali tiene sabor
Rumba rumba buena eso te daré
En Cali se goza mejor
Y dice bella sultana
Y de paso voy por la quinta
Gozo con Luciana
El pan de bono que rico
Yo quiero probar
Bella sultana
Con el aroma de ceibas y samanes
Gozo con Luciana
Esta es mi Cali
Mi bella sultana
Y caminando por la sexta voy……..
Esa letra la escribí con la intención que más adelante pudiera ser llevada a la música, ojalá que alguna de las orquestas prestigiosas de Cali la llevaran a la música. Eso me produciría una alegría inmensa porque siempre había soñado con poder escuchar en ritmo de salsa mis letras. Eran como las cinco de la tarde cuando terminé de escribir esa letra. Guarde el cuaderno y el lapicero en mi maletín y emprendí el regreso a mi casa. Abordé el Pance ruta diez que me dejó en la quinta con treinta y nueve y subí caminado a la nave.
Al siguiente día me fui a Villanueva un barrio muy popular. Las calles aun no estaban pavimentadas y cuando llovía se convertían en unos barrizales tremendos, al punto que los habitantes de ese sector se ponían bolsas plásticas encima de los zapatos no solo para no ensuciar el calzado sino también el bus, antes de subirse se las quitaban y las dejaban en la calle. Me habían dicho que tuviera cuidado por ahí, pero nunca me llegó a pasar nada ya que fui muchas veces a ese sector deprimido de la ciudad. Me quería untar de pueblo y para eso debía ir donde fuera. No llevé conmigo objetos de valor ni tampoco dinero solo iba con el pasaje de regreso a mi casa. En Cali por donde uno ande se ven mujeres hermosas, podríamos decir que la belleza acá se da silvestre. En ese sector, de casualidad conocí a un químico, pues al preguntarle donde debía esperar el transporte que me llevara a siloe, no sólo me acompaño al lugar preciso pues al preguntarme a qué me dedicaba le dije que había estudiado filosofía y letras, entonces me propuso que si no estaba ocupado podría trabajar en un colegio de ese sector. Yo le dije que estaba ocupado, a pesar de mi negativa me dio su tarjeta por si me decidía lo llamara me presentaría al coordinador del colegio. En ese momento estaba dispuesto a trabajar en lo que fuera, menos en docencia. Hacía poco había egresado de la universidad y quería ensayar con otros trabajos a ver cómo me iba, pero menos en docencia por la cantidad de formatos que toca llenar para que a uno le paguen un salario que a duras penas alcanza para sobrevivir y, además tener que aguantarse a rectores y coordinadores que en lugar de facilitar el trabajo lo único que hacen es complicarlo pues los empresarios de la educación les dan órdenes precisas que deben cumplir al pie de la letra. Ya estaba decidido que no iba a tomar un trabajo de esos, aunque no niego que es una profesión muy bonita y noble a la vez, pero muy ingrata.
Me regresé a la nave en el verde plateada, satisfecho porque ya podía desplazarme a cualquier sector de la sucursal del cielo por más peligros que fuera hacia allá yo iba sin medir consecuencias. Al día siguiente me fui a terrón colorado. En ese populoso barrio vivían muchos nariñenses, eso me habían dicho Perla y mi hermano, pero yo no estaba para andar averiguando quién es nariñense, me interesaba solo conocer la ciudad al dedillo para más tarde no tener inconvenientes por si me resultaba un buen trabajo por ese sector ya lo conocía y llegaría como Pedro llega a su casa. La gente era sencilla, al igual que su vestimenta. Muchos de los caballeros trabajaban en la mecánica rusa, es decir en construcción, así se conoce en Cali este oficio. Un sector donde habitan personas humildes que por no tener los recursos no terminaron ni el bachillerato y tuvieron que dedicarse a aprender oficios que solo les permitían sobrevivir y ser explotados en muchas fábricas de Cali que solo veía en ellos un objeto de explotación. Habían muchas tiendas de barrio y verdulerías y vendedores ambulantes vendiendo infinidad de cacharros, desde medias tobilleras hasta calzones para damas, al igual que toallas para secarse las manos y limpiones para la cocina, juguetes para los niños, candelas, venenos para las cucarachas y muchas cosas más…
Fui también al Poblado uno y dos, al igual que Mojica, el Vergel y la casona. Después ya no quise ir a ninguna parte pues había visto las dos caras de la ciudad, por un lado la opulencia y el confort y por otra la miseria en extremo. Es entonces que uno no sabe a quién echarle la culpa, si al gobierno o al ser humano que no fue capaz de superarse o las dos. En fin, yo no necesité mucho dinero para terminar mis estudios profesionales. Me iba a pie a recibir las clases y eso que vivía en la puta mierda. Me sacrifiqué al máximo, siempre andaba en la inmunda, pero eso no fue óbice para salir adelante. A veces me daba risa y bronca ver a tanto bobo con plata y llenos de mierda los sesos. Después de ver las dos caras de la moneda podía escribir una crónica sobre las desigualdades sociales. Antes ya había escrito crónicas en un diario de Pasto, pero en ese momento yo no estaba para escribir sino mi historia, esa que me ha marcado desde chico por los sucesos que me forjaron una personalidad fuerte. Cómo olvidar esa vez que nos robaron todo mientras dormíamos. Mi padre no se encontraba en casa por su trabajo y una banda de delincuentes entraron a la casa donde vivíamos en aquel entonces. Pusieron candado a la pieza donde dormíamos mi madre, mis dos hermanos mayores y yo que tan solo tenía cuatro años de edad. Aun me parece recordar los gritos de mi madre pidiendo auxilio y nadie que venía a socorrernos. Hacía poco habíamos llegado del campo y éramos inocentes e ingenuos en el pleno sentido de las dos palabras. No sé cómo no nos mataron pues los gritos de mi madre eran como para despertar a todo el barrio, pero nadie se despertó, o tal vez les dio miedo salir en nuestro auxilio, nadie se arriesga a enfrentarse a toda una banda de delincuentes. Se llevaron hasta las ollas, lagunas estaban llenas de agua, regaron el agua en la sala de la casa, por una rendija yo veía como correteaban las gallinas, que a propósito eran como cincuenta. Les amarraban las patas y las metían en un costal. Mi madre seguía gritando y nunca llegó la policía, nadie escuchó los gritos de mi madre, ni el mismo Dios que todo lo ve, vio y no hizo nada. Al día siguiente la vecina de enseguida nos prestó unos pocillos y nos regaló una libra de café y unos panes. Otra vecina nos dio dos libras de arroz y unos huevos. Los familiares de mi madre, con el pasar de los días se enteraron, pero no ayudaron en nada. Tal vez porque vivían en el pueblo y desplazarse significaba algunos costos. Menos mal que mi padre consiguió que un amigo le prestara un dinero con intereses de usura, pero al menos sirvió para paliar el hambre y el frío, pues se llevaron toda la ropa que se encontraba en una cómoda de madera. Lo único que no se robaron fue lo que había en la alcoba en que dormíamos. Yo tenía tan solo cuatro años y la memoria no me falla desde aquel entonces, aunque yo creo que debería fallarme para olvidar toda esta tragedia que de alguna manera nos marcó a todos.
Cuatro días consecutivos no me vi con Perla y no niego que la extrañé más de la cuenta y es que no era menos, uno en tierra ajena necesita de alguien que le ayude a vencer la soledad y ella había entrado a mi alma para no irse jamás. La llamé muchas veces por teléfono pues desde aquel incidente de la discoteca en la avenida sexta le dio una gripe de padre y señor mío, la gripe la tiró a la cama y lo mejor era no ir a visitarla pues uno puede contagiarse, aunque a mí no me importaba contagiarme con ella, pero la madre me decía que fuera cuando estuviera recuperada de ese virus. Yo le compraba frutas y se las dejaba con la madre, a quien dicho de paso le caía muy bien y siempre me decía que su casa era la mía, poco faltó que me dijera que su hija también era mía, de haberlo dicho me hubiese desatado en elogios para su hija, nunca habría faltado flores y versos, frutas y amor. Mi consigna en el amor es mejor que sobre y no falte, pues cuando me enamoro me enamoro hasta la médula. La madre de Perla trabajaba en una fábrica de confecciones y se iba muy temprano a confeccionar ropa para niños, ropa que era exportada y a ella le daban cualquier salario de hambre, pero así es la vida y yo no la puedo cambiar. Lo único que puedo cambiar es mi existencia y ya había empezado a dar los primeros pasos a una vida con trascendencia.
Ya había aprendido a desplazarme en la ciudad y sabía coger la ruta de buses de acuerdo al lugar que iba a ir y coger el bus independientemente del lugar en el que me encontrara. Fui a Calima a visitar a un tío que desde chico se había ido a prestar el servicio militar y no volvió más por tierras sureñas. La sultana lo atrapó de inmediato. Como todos los que llegamos a tierra extraña, al comienzo tuvo que pasar las duras y las maduras. Después de prestar el servicio militar trabajó en una fábrica de jabones, pero le controlaban el tiempo hasta para ir al baño y él no estaba para vivir de esa manera y pronto renunció y se puso a vender limones en la calle, con lo que se ganaba le alcanzaba para la comida y el arrendamiento de una alcoba y también ahorraba lo que podía, con el paso del tiempo y con un pequeño capitalito montó una miscelánea que poco a poco la iba mejorando, pues vendía de todo. Y un negocio de esos en un barrio popular deja muchas ganancias. Mi tío nunca fue a la universidad y se ganaba más de lo que gana un profesional. Claro que le tocaba muy duro, pues tenía que irse desde las tres de la mañana a la galería de Santa Helena a proveerse de todo las verduras y la carne y todo lo que hacía falta en la miscelánea. Mi tío me ofreció su casa para que viviera ahí, pero yo no estaba dispuesto a incomodarlo. Le agradecí con el alma, pero no estaba dispuesto a incomodarlo, máxime que su esposa había sufrido un derrame cerebral y quedó limitada a vivir en una silla de ruedas después de haber estado por más de tres meses en una de las clínicas más importantes de la ciudad. Apenas se completó el valor de un seguro de vida que mi tío le pagaba cada mes la mandaron para la casa con el pretexto que ya no se podía hacer nada por ella. Yo quería salir adelante por mis propios medios e iniciativa. El dinero se estaba acabando y yo necesitaba empezar a trabajar lo más pronto posible, así que decidí ir averiguar qué había pasado con la hoja de vida que había enviado por correo al diario la Primicia.
Tan pronto llegué me hicieron seguir donde el Jefe de talento humano quien me atendió muy amablemente. Sacó un montón de hojas de vida y me pidió el favor que buscara la mía. Eran tantas que me demoré un buen rato en encontrarla. Enseguida se la pasé y empezó a mirarla, a ver mi perfil académico y le agradó mucho saber que era licenciado en filosofía y letras y que, además haya sido colaborador del Diario del Sur, yo escribía para ese periódico crónicas y también poesía, cuentos y ensayos en la revista cultural Reto que salía solo los domingos. Ahí di mis primeros pininos en la literatura. Me preguntó si tenía tiempo en ese momento, a lo cual dije que sí, pues tenía todo el tiempo del mundo, así que estaba dispuesto a escuchar propuestas. El jefe de recursos humanos era un hombre como de unos cincuenta años, piel muy blanca y cabello cano, quien después de escucharme me propuso:
-Vamos a tomarnos un cafecito a la cafetería del parque, ahí podemos hablar con más tranquilidad, te parece- me dijo
Por supuesto- yo le respondí
Nos dirigimos al parque que no estaba lejos del diario. Llegamos al rato a una cafetería llamada esencia pura. Entramos rápido y nos sentamos muy cerca de la puerta con buena visibilidad para ver quien entraba y quien salía. El pidió un capuchino y yo un café normal con pan de bono. Mientras tomábamos el café me dijo que iba hacer todo lo posible para que me contrataran pues confiaba a ciegas en los nariñenses, no solo por su profesionalismo sino también por ser honrados y leales con quien les da la mano. También me dijo que por él podía empezar mañana, pero que la empresa tenía unas reglas bien definidas para contratar personal y que debía ceñirse a ese protocolo, a lo cual yo respondí:
-Por supuesto don Gustavo, se hará de acuerdo a los criterios de la empresa, pero dígame qué documentos debo ir alistando para que cuando llegue el momento haya ganado tiempo. Don Gustavo me respondió:
-Por ahora solo el pasado judicial, supongo que no tienes malos antecedentes
-Para nada-le respondí
Después de tomarnos ese café salimos de la cafetería y nos despedimos en la esquina del parque. Me pidió un teléfono de contacto y yo le di el de Perla pues donde yo vivía no había ni siquiera teléfono. Eran como las cuatro de la tarde cuando me despedí de don Gustavo. Como aún estaba temprano, de un teléfono público llamé a Perla quien se puso feliz al escucharme, de inmediato me preguntó qué haría más tarde, de inmediato le respondí.
-No tengo nada qué hacer, si tienes tiempo encontrémonos en la nave. Ella me propuso lo siguiente:
-Mejor veámonos en la Universidad Libre. Tú ya conoces dónde queda. Espérame en la entrada principal.
-Perfecto, me parece bien-le respondí.
La Universidad Libre quedaba muy cerquita de donde yo vivía, pero yo estaba en el centro de Cali, más concretamente en la plaza de Caycedo. Me dirigí a la diez con séptima y esperé el gris san Fernando ruta uno que no demoró en llegar. Llegué como a los cuarenta minutos a la nave porque el trafico estaba muy congestionado. Antes de ir a la universidad Libre fui a mi casa a bañarme y a cambiarme de ropa pues ese día habíamos llegado a los cuarenta grados de temperatura que mi camisa estaba húmeda de tanto sudar. Tan pronto me bañé y cambié de ropa me dirigí al lugar de la cita, cuando llegué Perla ya estaba esperándome con una carpeta en la mano. La abracé fuerte y la besé en la mejilla y le pregunté qué íbamos hacer ahí. Ella me contestó:
-Vamos a pegar en un lugar bien visible un aviso
-Para qué le pregunté:
-Para qué te llamen me respondió. El aviso decía: asesorías pedagógicas, corrección de textos, cursos de ortografía y oratoria. Llamar al 5523098707
Entendí la intensión de Perla y le agradecí con un abrazo bien fuerte. Luego le dije:
-No sé qué haría sin ti, eres tan necesaria para mí como el aire y el agua, sin ti me moriría pronto. Sería como un niño inerme perdido en la gran ciudad.
Ella se sonrojó y luego me respondió:
-Lo hago de corazón porque si te va bien a ti también me irá bien a mí.
Ella tenía la razón pues todo lo que fuera ingresos económicos nos vendría muy bien, máxime que ya me había gastado la mitad del dinero en comida, cerveza y transporte. Estaba obligado a trabajar y que mejor hacerlo dando asesorías a estudiantes de la Universidad Libre. Perla debía estar atenta tan pronto sonara el teléfono de su casa pues yo no tenía. Esto hacía más difícil la comunicación y por ende la consecución de trabajo. Luego de pegar el aviso fuimos a tomar café muy cerquita de ahí, es decir a un lugar ubicado en el barrio Santa Isabel. A mí me gustaba ver la estatua de un águila con las alas extendidas como invitando a volar. Tan pronto tomamos el café regresamos a la nave, cada cual se fue para su casa, es día casi beso a Perla en la boca pues al despedirnos de beso alcanzamos a rosar nuestros labios. El amor ya se insinuaba con mayor insistencia, ya estaba tocando a la puerta de nuestros corazones. Yo estaba dejarlo entrar para siempre pues nos atraíamos como el imán al metal.
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