Escribí esto para mi madre en el 2011, hace ya algunos años que nos dejó, pero nunca dejo de pensar en ella y en estas fechas más.
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Llegamos indefensos a la vida,
siendo trozos de carne,
inocentes infantes,
llorones, irritantes,
ateridos de frío
en busca de una madre.
De su cálido pecho
se alimenta el lactante,
en sus brazos cobijo,
canciones arrullantes,
caballitos al trote,
biberones, pañales…
Entre arrullo y arrullo,
los hijos se hacen grandes
y la madre menguante
sigue frente a la "tropa"
atenta, vigilante,
cuidando de su prole,
dando amor a raudales,
el CARIÑO más PURO,
que solo da una madre.
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