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Este es un viejo texto realizado hace ya algunos años. Si lo exhibo nuevamente hoy, es porque en él alienta el mismo sentimiento con el que fue escrito entonces.

Se miró en el espejo sin poder reconocerse. Era su rostro, no había duda; pero algo en las facciones de la imagen reflejada, parecía ilusorio, como si él estuviera allí, pero no estuviera. Era el rostro de un extraño, no el suyo. ¿Qué simas había pisado, para mostrar el aspecto sin brillo y vacío, que el ser que le miraba desde el fondo del espejo, le devolvía?
Con fiereza hundió la mirada en los ojos de la imagen, que también lo miraba retador. Recorrió las mejillas pálidas y los labios resecos y fruncidos en una mueca cruel, del hombre que parecía tener su propio rostro. Entonces, como el rayo de una tormenta, comprendió que ése no era él, que él estaba perdido o se había ido perdiendo poco a poco, a pedacitos, en muchos lugares. Sobrecogido de miedo y luego de tristeza, vio que dos lágrimas solitarias rodaban por las mejillas del ser atrapado en el espejo, como si se condoliera de su pena.
Tenía que encontrarse. Se le ocurrió que tal vez, si regresara a buscar cada parte perdida de su ser en los sitios que fueron cotidianos y en la gente que conoció, podría recuperar algo de su esencia, para ir llenando nuevamente la urna vacía que era ahora.
Sin pensarlo más, tomó lo más elemental para salir de viaje y se largó presuroso, porque era indispensable que llegara al mar, Veracruz era su primer destino.

Desde el malecón, podía mirar en la lejanía el barco mercante que cruzaba en ese momento la bahía. Atravesó la avenida y se encontró como hacía muchos años, a la puerta del Perico Marinero, el lupanar disfrazado de bar, que una noche tormentosa visitara en sus andanzas furtivas. El local estaba vacío, un hombre viejo y calvo, limpiaba una mesa con un trapo mugriento.
-¿Qué quiere? Todavía está cerrado.
Era el mismo cantinero de entonces; lo reconoció de inmediato.
-Quiero hablarle. He venido solamente para eso.
El calvo lo miró entre curioso y extrañado.
-Soy un cliente de hace muchos años. Una noche terrible, cosí aquí mismo a puñaladas a Fulgencio Buendía, ¿se acuerda? Usted me ayudó a escapar.
Por el silencio que guardó el cantinero, comprendió que se acordaba.
-No sé nada de eso-, contestó por fin.
-Sólo quiero saber que pasó con Toña, la mujer por la que peleamos.
-Trabajó un par de años más aquí.
-¿Triste, por la muerte de su hombre?
El calvo rió.
-No, a la siguiente semana ya tenía otro querido.
Conversó unos minutos más con el hombre. Cuando salió, sintió que había empezado a recuperarse.

Llegó a la ciudad de Tecolutla y se fue directo a la playa, al lugar donde había estado desde siempre la palapa que compartía con Dolores, cuando todavía se amaban y venían a mojarse el cuerpo, el alma y las ganas, en las olas verde diáfano del mar. Había poca gente. Pidió una cerveza; mientras bebía el líquido helado y amargo, le pareció estar contemplando todavía a Lola en su minúsculo bikini rojo, con la sonrisa en los labios carnosos y las gotas de agua resbalando por las mejillas, los hombros y las piernas bien torneadas de la piel morena tan amada. Pidió otra cerveza; cuando la vieja que lo atendía la trajo, le dijo:
-Hace algunos años frecuentaba este lugar una muchacha llamada Lola. Vendía mariscos aquí en la playa y venía con su novio a nadar a veces. Estaban muy enamorados.
-Me acuerdo de la niña; tenía 17 años y se lo creía todo. Era amiguita mía. Y el novio, no la quería nada. La dejó preñada y ése largó para siempre, dejándola rota.
¿Sabe dónde vive?
¡Qué sé yo!...Cuando nació su chilpayate, se largó de puta por esos caminos de Dios para mantener a su chamaco. ¿Es usted pariente de ella?
Un dolor insoportable le cortaba la respiración. Ya no escuchaba lo que decía la mujer. Era suficiente, había recuperado otra pequeña parte de sí.

Regresó a la ciudad. El peregrinaje apenas iba a medias. La escuela secundaria Benito Juárez estaba cerca. La visitaría de una buena vez, para recordar el tiempo en que le vendía droga a los niños, a las mismas puertas del colegio. Había empezado a vender porque necesitaba comer. El hombre que le ofreció hacerlo, lo vio tan flaco y ojeroso, como perro sin dueño, que quiso ayudarlo. Así, todas las tardes, cuando los chamacos salían, les ofrecía o vendía, pequeñas dosis de “piedra”, que los jovencitos pagaban como si fueran dulces y de igual forma la consumían. Los trocitos de “azúcar” pasaban de mano en mano y a la vuelta de la esquina podían verse grupitos, fumando alegremente sus peligrosos terroncitos adulterados. Aquello le dio para vivir y dejar la calle: el puente maloliente a basura, orines y mierda, donde pasaba las noches en compañía de otros como él. Comenzó a vivir como gente decente, coordinando y proveyendo a sus propios vendedores y haciendo los cortes necesarios para sacar el mayor y mejor provecho a su mercancía. Óscar, su “empleado estrella”, estaba a unos pasos, despidiendo a 2 niñas como de 13 años, luego de la compra de los terroncitos de azúcar. Se acercó:
-¿Vendiste todo?
-Tengo aquí un par de dulces; pero ten la seguridad de que no se me quedan
-¿Compraste el amoníaco y el éter para los cortes?
-Sí, los dejé en el laboratorio.
Se sintió casi feliz, el recorrido avanzaba y su negocio consentido marchaba viento en popa. Había recuperado un pedazo más de su yo más íntimo. La urna comenzaba a llenarse.

Los días se fueron juntando monótonos; así el hombre, vagó por las calles solitarias, donde a mano armada, asaltaba por las noches transeúntes descuidados.
Fue hasta el mercado de sus primeros robos infantiles, y todavía le pareció verse corriendo, con la comida robada, entre sus manos mugrientas.
El paseo por los bancos asaltados con éxito, le llevó más tiempo; quería visitarlos uno por uno y no perderse nada.
En cada uno de estos lugares y en otros, fue recuperando poco a poco lo que a pedazos había ido dejando a lo largo de su cochina vida. Al final, el balance no parecía bueno. Estaba casi completo de nuevo; pero todo lo recogido no era tan satisfactorio.

Al llegar a casa, se fue directo al espejo a mirarse; quería corroborar si ahora sí estaba, si era él. Los ojos de la imagen reflejada lo miraron nuevamente muy profundo, como queriendo desnudarle el alma. Él se hizo el duro y sólo mostró el caparazón, aunque la palidez perenne del rostro dolorido, lo delatara.
Tomó con rabia el espejo y lo lanzó tan fuerte como pudo; el objeto se partió en cien pedazos brillantes que volaron por todas partes. De nada había servido ir a buscarse. Lo encontrado, no era otra cosa que pequeñas partes de lo mismo que ya sabía: viajó para recoger basura; ahora, la urna estaba llena de basura.
Salió de prisa a la calle. Loco, angustiado, sin fijarse en nada, tropezó con una mujer de mediana edad, que llevaba a un niño pequeño tomado de la mano. Tras el encontronazo, ella le miró al rostro, sorprendida; luego, se santiguó y siguió su camino con un miedo terrible en la mirada. El niño también le miró al rostro; mientras las palabras fuertes y bien moduladas del pequeño, golpeaban sus oídos:
-¡Mamá, tengo miedo; mira, es un monstruo!
El hombre se quedó quieto un momento, viendo alejarse a la mujer con su hijo. Entonces, como un niño, empezó a llorar...

Texto agregado el 28-04-2020, y leído por 171 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
29-04-2020 Difícil juntar las piezas de manera correcta cuando de la vida se trata. Encontrase a uno mismo con tanta piezas deformadas es un juego temerario del cual no se sale victorioso. Se necesita más que lágrimas para armar a una figura que ya desde el comienzo no tenía forma. Tremendo texto, amigo. Resalta tu genio creador y tu capacidad de analizar los entuertos de la vida. Te felicito. Como siempre, un placer enorme leerte. Un abrazo full, Mario querido. SOFIAMA
29-04-2020 Qué vida tan tremenda... MujerDiosa
28-04-2020 —Cuando se escribe el "Curriculum vitae" de una vida para obtener algún beneficio siempre se miente, en cambio cuando se escribe enumerando situaciones verdaderas y reales se corre el riesgo de encontrarse con un monstruo. En este caso además quedo pensando en el contenido real de la ultima frase. —Mi saludo y un abrazo. vicenterreramarquez
28-04-2020 Verse a sí mismo y sentir lástima, fue la horrible sensación que lo llevó a recorrer las partes más oscuras de su vida...No fue una buena idea; un mal pasado no se borra ni con un océano de lágrimas...Muy buen relato, reflexivo, amigo. hgiordan
28-04-2020 Wau!! mala hierba nunca muere? como diría mi madre "lagrimas de cocodrilo", como en el diario de Dorian Grey...tal vez la muerte deje un cadáver aceptable a la vista, buen texto. ELISATAB
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