Disentimos en todo. O en casi todo. Cuando pienso en ti, tú eliges te. Cuando le pongo acento a una situación, pareciera que metes las manos en tus bolsillos y el acento se invisibiliza para mi reniego. Aunque mis dedos vibran al contacto con tu piel y del mismo modo vibras bajo mis manos, presiento que lo nuestro es vano, superficial, sin destino alguno.
Es posible que mis silencios te provoquen, que mi infidelidad genuina sea irremediable y que transite mi tacto creando libélulas imaginarias, pasiones ajenas, mundos diversos, engaños, pero sabes a ciencia cierta lo que realmente me importas.
Y te enfurruñas y confundes mis pensamientos, tachando esa promesa, burlándote de mis frases, desvirtuándolas y yo, sin percatarme de aquello, me sumerjo en la trampa, taño tu epidermis necesaria con la pletórica sensación de mi dominio. Sólo al volver la mirada y desandar mi discurso, descubro tu vil traición. Sólo me queda regresar y ofuscarme conmigo mismo y con estos dedos a veces tan erráticos y concuerdo que tu presencia es tan necesaria. Somos indivisibles mi querido teclado.
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