Cuando llegamos a la encrucijada, a la derecha, quedaba el pueblo y a la izquierda el campo. Era noche estrellada. Acabábamos de cenar en su casa. Si me decía hacia el campo, sería un amor para siempre- pensé. Si no le importa caminar conmigo hacia ninguna parte- seguía en mis planteamientos, es porque quiere caminar conmigo en la vida, independiente de los otros. Son zarandajas- quizá piense alguien-, pero andamos necesitados de certidumbres y hechos como tales pueden arrojar luz sobre esas cosas que no se pueden explicar pero que necesitan aclaraciones.
Me condujo por una estrecha senda, abandonando el pueblo, y dimos a parar en un columpio- que pendía de un gran olmo. Al lado había una casilla, y la noche era tan clara que se adivinaba el paisaje casi como si fuese de día. Mientras nos columpiamos, llegado creí el momento de darle un beso. El primer beso. Nuestro primer beso
Fue entonces cuando me empezó a hablar de un amigo suyo. Que si estaba enamorada, que si patatín, que si patatán.
En ese instante sólo me molestó que pudiera, bajo la luz de la luna llena, adivinar mi expresión de estupor ante tal descubrimiento.