Otro texto antiguo. Este cuento creo que también ya había rondado por acá.
¿Qué se necesita para que algo que deseas fervientemente se convierta en realidad? Cuando quieres que las cosas sucedan, concentras toda tu energía en el objetivo elegido y con fe y determinación, confías en que el resultado será el mejor. No siempre obtienes lo que tus expectativas esperaban: a veces, lo conseguido es inmejorable; otras, quizá te faltó fe o no creíste en tu propia fuerza interior.
El último sábado por la tarde, mi hija de nueve años, me pidió que la llevara al parque. Me sentía cansado y con casi ningunas ganas de ir. Se me antojaba más ver el fútbol, tomarme unas cervezas bien frías y echar la flojera. Como soy débil con ella, terminé por complacerla. El parque está muy cerca, así que nos fuimos caminando y bromeando hasta llegar a él. Estaba semivacío y escasos niños correteaban por ahí. El agua de la fuente brotaba del surtidor, cantando; el sol, nos ponía gotitas húmedas en el rostro.
- ¡Vamos al quiosco. A ver quién llega primero!
Echamos a correr. El quiosco está en el centro del parque, podría semejar el corazón del mismo. Se alza majestuoso y solitario; bajo su enorme sombra los niños suelen jugar. Nos sentamos en las escaleras y mi niña dijo sentirse contenta, que en casa se aburría y que gracias por haberla traído. Empezó a corretear por todas partes: en la cancha de básquetbol; alrededor del monumento de Lázaro Cárdenas; se trepó a los columpios y la resbaladilla; le dio veinte mil vueltas al asta bandera; y finalmente, acabamos ante la entrada de la biblioteca que está bajo el mismo quiosco.
- ¿Jugamos a la biblioteca, papá?
- Sí, juguemos.
La biblioteca se llama “El faro del saber” y su entrada son seis o siete escalones que descienden y permiten el acceso a una puerta metálica de color verde, siempre cerrada con llave.
A mi niña desde muy pequeña, me ha gustado contarle cuentos: azules, verdes, amarillos; alegres, tristes; secos, mojados. Los que más le gustan a ella, son los de sabor de miel, por lo de los finales felices. Así que sabe infinidad de nombres de cuentos infantiles.
- ¿Qué libro quieres leer? -, dijo.
- La bella durmiente-, respondí.
El juego de la biblioteca siempre ha consistido en simular que mi hija es la bibliotecaria; que yo le pido libros y ella solícita sube y baja los escaloncitos en su busca y me los trae para leerlos.
Así, bajó los escalones rauda, veloz, y se detuvo sorprendida ante la puerta:
- Papá, la puerta está abierta.
Me bastó una mirada rápida para comprobar que así era: la puerta estaba abierta.
- ¿Podemos entrar? -, dijo.
Entreabrí la puerta, que chirrió quejumbrosa. Entramos. El silencio y la semipenumbra nos dieron la bienvenida. Dimos unos pasos en el interior y el ruido de nuestras pisadas se agigantó.
- Tengo miedo, papá.
- No hay nada que temer. No es la primera vez que visitas una biblioteca.
- ¡Mira cuántos libros!
- Son todos para ti y para mí-, dije.
Nos sentamos en una mesa cercana.
-¿Seguimos jugando?
-¿A qué?
- A pedir libros.
- Está bien.
- ¿Qué libro quieres?
- Alicia en el país de las maravillas.
Se acercó hasta un anaquel repleto de libros y tomando al azar uno de ellos, lo trajo hasta mí.
- Aquí está.
“Matemáticas. Segundo curso. Arquímedes Caballero”, leí en la portada.
- No vayas a revolverlos, hija. Seguramente tienen un orden.
Fue entonces cuando pasó. Por irreal que parezca, juro que no estaba yo dormido ni algo semejante. Me encontraba perfectamente lúcido.
-Recuerda que ya sé leer bien, papá. Pídeme los libros que quieras. No puedo equivocarme.
- ¿Tienes el cuento de Peter Pan?
La niña caminó hacia el anaquel, extrajo otro libro y me lo trajo: era Peter Pan.
- ¿Quieres otro?
- Tráeme... El mago de Oz.
Ella regresó con El mago de Oz.
- Ahora... Caperucita roja.
Me trajo Caperucita Roja.
- Trae... El Cascanueces.
El Cascanueces estuvo en mis manos.
¡Cómo era posible aquello!
- ¿Te traigo otro?
- Sí. Quiero El libro de la Selva.
- Aquí lo tienes.
Desde la portada, Mowgli y Baloó me miraban. Decidí probar con uno más, con el libro que siempre he deseado escribir.
- Trae Jugueteos.
- Aquí está.
Casi me desmayo. Entre mis manos estaba el libro que ni niña acababa de entregarme. Se leía perfectamente sobre la portada, el título y el autor:
“Jugueteos”, Maparo55.
Como si estuviera borracho o semidormido, abrí el libro y empecé a hojearlo. Allí estaban todos y cada uno de mis cuentos: los que había escrito y otros que no reconocí; tal vez, cuentos por escribir. Tragué saliva y sentí que los ojos se me nublaban con el llanto.
- ¿Ese libro no te gustó, papá? ¿Te doy otro?
- No, al contrario. Vamos a acomodar en su lugar todos estos libros.
Fuimos colocando cada uno en su lugar. Para el final, dejé el de Jugueteos. Lo acaricié suavemente. No quería desprenderme de él. ¿Y si me lo llevaba?
- Nos vamos a llevar este libro, hija.
- No, papá. Ese libro no es nuestro. Es de la biblioteca.
Su lógica me desarmó.
- Tienes razón. Déjalo en su lugar y vámonos.
Salimos despacio y en silencio, tal como entramos.
- ¿Te gustó el juego, papá?
- Sí; mucho.
- ¿La próxima vez que vengamos al parque lo jugamos de nuevo?
- Sí. Tenemos que avisar a Vigilancia que la puerta de la biblioteca está abierta.
- ¿Abierta? No, papá. Está cerrada.
- Hace un momento estaba abierta. Nosotros no la hemos cerrado.
- No, papá; siempre ha estado cerrada.
La miré directamente a los ojos para ver si mentía. Sus ojos eran claros y transparentes.
Mi pequeña todavía corrió y se cansó brincando en el pasto durante un rato. Poco después, emprendimos el regreso a casa.
Ahora, reflexiono y pienso en lo sucedido. No encuentro una explicación muy lógica. ¿Me dormí? ¿Lo soñé? ¿Inconscientemente lo deseé tanto que se materializó? No quiero pensar más en ello. A lo mejor si continúo buscando, vaya a encontrar una respuesta que no me guste. Prefiero vivir con la incertidumbre.
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