Desde que las operadoras telefónicas no llaman a la hora de la siesta, los chupapomos sufren de lo lindo y atestan los contestadores de atención al cliente con mensajes como este: Graciela Luisa, mi amor, mi voz de terciopelo, mi despertar más dulce, perdona la frialdad de la última vez, pero si aún no es tarde, si aún me quieres, te respondo que sí, sí y más sí, Graciela Luisa, mi amor. Soy el que buscas, yo soy el elegido, yo soy el titular de la línea.
Después de grabar su mensaje, lejos del desahogo previsto, a los chupapomos les invade una terrible angustia. ¿Y si su mensaje es escuchado por un indiscreto supervisor que con mucha probabilidad será un severo doblador de espejos? ¿Y si por su insensatez toman irreversibles represalias contra la dulce Graciela Luisa? ¿Y si…?
Entonces los chupapomos graban otro mensaje, esta vez optan por detallar un brillante currículum para desagraviar a Graciela Luisa, en él nunca faltan profusos elogios a su profesionalidad, a su diligencia y a su capacidad de persuasión. Pero nada más acabar, el nuevo mensaje les parece en exceso soso, frío y distante. Y encuentran necesario redactar otro más sofisticado. Un nuevo mensaje que en manos del doblador de espejos sea un prosaico prospecto farmacéutico, pero que escondido entre sus líneas lleve la más sutil y delicada declaración de amor. Los chupapomos entonces trabajan sin descanso durante horas, escribiendo, tachando y lanzando millones de bolas de papel a los rincones. Orgullosos de su ingenio al acabar, graban el nuevo mensaje. Aunque por hache o por be nunca es el último. |