Cómo me daba bronca ir a Madrid, una ciudad que no entiendo, y no quiero entender, se parece a nuestra hija mayor, se ha hecho tantas cirugías que no la reconozco. Además, viajar en auto y en pleno invierno me provocaba mucho dolor en los huesos, pero tú sabes que lo hago por ti.
Ya saliendo de Talavera me acordé de la vez que nos conocimos en la capilla El Salvador, sí, esa capilla pequeña que estaba cerca a tu casa, aún veo el portón negro y enorme de la calle Los Ubedas donde todas las mañanas te veía salir, a esa mañana tranquila le debí dar más importancia, cambiaría toda mi vida. Te vi a dos cuadras, ya sabía cómo caminabas, y bueno mi vista era mucho mejor que ahora, que tengo que pedirle a mi nieto que me lleve, es tan odioso depender de alguien, en fin, quería que no me vieras nervioso, ya que una descendiente de Don Francisco de Aguirre no podría ni hablar con un obrero ignorante que vivía en el barrio Puerta de los Cuartos, y que también trabajaba como obrero en la fábrica de cerámica, pero el destino es así, siempre te juega sorpresas.
La última vez que vi a tu padre fue cuando lo fusilaron por ser republicano, yo no lo maté, claro está, pero esa fue la última vez que Don Juan Ramon Aguirre me llamó campesino maldito. Tuvimos que escapar debido a la guerra, debido a tu padre, debido a mi estatus, te amaba María, pero tuve que dejarte en Portugal, la guerra civil sangró a España, mostró lo peor de nuestra gente, los más bajos instintos, nuestra humanidad también fue muerta; mi familia murió, toda ella se fue, solo me quedabas tu mi dulce María. Fueron años donde sufrimos, es cierto, donde el hambre fue de ser nuestro enemigo a ser el invitado que nunca se iba.
En Portugal tuvimos a Raquel, fuimos felices, aprendimos a amarnos, a perdonarnos, tú me enseñaste a leer, aprendí a ser un hombre.
Mi nieto me despertó, me di cuenta que ya estábamos en Madrid, el hospital Ramon y Cajal en el centro de la ciudad estaba repleto, mucha gente, demasiada para mi gusto, solo quería verte a ti María, vine a esta maldita ciudad por ti y peor aún a un hospital, tu sabes que odio los hospitales, después del cáncer de próstata que con tu apoyo logre superar, me daba nauseas hasta los doctores. El idiota de mi nieto estaba pegado a su celular, y a un viejo como yo era difícil que me tomen atención, todos estaban muy locos, más de lo normal.
Subiendo a tu piso renegaba con Susana, nuestra hija, siempre la menor es la más paranoica, contra mi voluntad te llevó al hospital por la gripa que tenías, sí era fuerte, pero podía haberte cuidado yo, no era ningún inútil, prometió que te cuidaría, pero ahora también ella está agripada, todos estamos dependiendo del lento de mi nieto.
Subí lo más rápido que pude a tu habitación, cama 302 piso 9, llegué allá pero no estabas, mi sangre se volvió piedra, mi mente se convirtió en un rio de posibilidades, hasta que llegó la enfermera, tardé en reaccionar, no podía decir mucho, hasta que ella me pregunto si era familiar de Maria Aguirre, le dije sí. Me pidió que nos sentáramos, de manera grosera le dije que no, estaba muy alterado María, tu sabes que no soy de esos, pero me desesperaba que no me digan dónde estabas.
Finalmente bajamos al piso 8, “Cuidados Intensivos”, el doctor encargado me dijo que estabas muy delicada, que no sabían que tenías, pero sospechaban de una nueva enfermedad que estaba atacando al mundo, no me dejaron verte, me dijeron que era peligroso, peligroso era que yo no pueda verte. Hice lo que pude para verte, hasta que me votaron del hospital.
Decidí quedarme en Madrid, en un hotel donde me quedé cerca visitarte, tu sabes que no podía caminar mucho; mandé a freír monos a mi sobrino, él debía cuidar a Susana.
El pequeño cuarto que me dieron me recordó a nuestra época de esposos jóvenes, donde todo era más simple, sí sufrimos Maria, no podemos negarlo, pasamos por una guerra, una dictadura, un atentado en Barcelona, mi cáncer donde fuiste mi fortaleza, tantas cosas que me dieron la esperanza de que una gripe no nos separaría. Grave error.
No pude dormir en aquel duro colchón, me levante temprano, confieso que no pude dormir, el frio lastimaba mi cuerpo, la calefacción fue apagándose poco a poco, salí del hotel, sentía los huesos vibrar, pero debía caminar al hospital para seguir intentando verte, todavía pensaba en lo que quería contarte, las cosas que pasaron en nuestra casa, cuanto me desagradaba nuestro nieto, era un completo imbécil, lo mucho que te extrañaba, lo mal que comía, lo poco que dormía, lo mucho que me gustaría repetir esas noches donde te destapabas y te acercabas a mí para buscar calor, tantas cosas que debía hablar contigo Maria.
Al entrar al hospital, la prensa estaba ahí, quien diría que ellos estarían por ti mi querida esposa; no les tomé atención, solo fui a buscarte, de modo tranquilo, para que no me boten del hospital, fui a preguntar por ti en informaciones, pero los médicos estaban todos atareados, muy ocupados, ni respuesta me daban, nuevamente tuve que enojarme y ser un grosero, hasta que una de las enfermeras con solo la intención de callarme me dijo que tú estabas muerta, qué mujer fría podía decir aquello, tu habías sido el primer caso de coronavirus en el hospital, por eso todo el alboroto.
Mi querida Maria, no estaba preparado para que murieras, soy un viejo muy tonto, nunca se me pasó por la mente que te ibas a ir de esta manera, muchas aventuras vividas, muchas pruebas superadas, pero ahora te vas sin despedirte, sin un funeral, sin decirme adiós, me dejas así, en la maldita Ciudad de Madrid, sentado en un hospital, llorando en los brazos del idiota de nuestro nieto por una gripe.
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