Como era costumbre entre Julián, su novia y sus más cercanos amigos, luego de arduas temporadas de Universidad para algunos y trabajo para los otros, partían por dos o tres días a acampar en algún lugar cercano a su ciudad.
En esta ocasión, debido al bajo presupuesto reunido por el grupo y al poco tiempo disponible, el sitio escogido para el periodo de relajamiento y relajo fue una finca muy cercana a su ciudad (Bucaramanga), exactamente a unos 5 Km de Piedecuesta por la vía a Bogotá, de donde partía un ramal que se cubría a pié en unos 30 minutos.
Fue así como ese Viernes 29 de Octubre, los muchachos, a eso de las 5:30 p.m. ya estaban en el gran lote que habían conseguido cerca de un antiguo trapiche abandonado, afanándose en las tareas de armar las carpas (era claro que pensaban dormir por parejas, por la ubicación y considerable distancia entre estas) y conseguir leña para armar la fogata que les serviría tanto de cocina como de sitio de reunión para narrar cuentos de terror y tomarse unos tragos acompañados por unos cuantos cigarrillos. Cuando la noche cayó ya estaban todos perfectamente instalados, de tal forma que empezaron a cocinar, comer, hablar, reír…y todo lo que normalmente hace un grupo de jóvenes cuando tienen la libertad de estar lejos y solos. Todo menos fumar, pues hacía ya un rato, Julián, que era el que más lo hacía, había descubierto que sus cigarrillos se habían quedado olvidados en algún rincón de su habitación. Debido a que Julián consideraba a sus cigarrillos como “elemento de primera necesidad”, estuvo todo el tiempo insistiendo en armar una pequeña comisión entre sus amigos para ir a conseguir algunos, y con la misión precisa de no llegar sin ellos, así fuera necesario caminar hasta Piedecuesta, que estaba a una hora de camino por una carretera sola, oscura, peligrosa…y algo tenebrosa. Los demás miembros del grupo, algunos de ellos fumadores, aunque no tanto como Julián, guiados más por la pereza y (por qué no, el miedo) de levantarse del acogedor sitio para salir a caminar en la noche, trataron de convencer al obstinado muchacho de que estos no eran tan necesarios; de que debía relajarse y disfrutar de lo que había: calor, abrigo, comida, trago de sobra,….ambiente, en fin. Claudia, su novia, estaba especialmente cómoda, pues aunque lo toleraba, no estaba muy de acuerdo con el vicio de su novio.
Entre chanza y chanza, Julián fue convencido por un buen periodo de tiempo de permanecer junto al grupo y desistir de la idea de ir por los cigarros, hasta que finalmente no lo resistió. Como nadie lo quería acompañar, de un momento a otro se puso de pié, se acomodó su chaqueta, buscó en su carpa una linterna, y ante el silencio repentino de los demás y sus perplejas miradas, respondió a la pregunta de algunos de “¿a dónde va?” con un firme: “Pues a buscar los cigarrillos”.
Claudia, su novia, luego de vacilar unos segundos, se levantó también de su sitio alrededor de la fogata para acompañar a su “mono”, pero terminó cediendo ante las razones que le daban sus amigos y amigas, pues estas eran algo lógicas y válidas: “si Julián se va sólo, va a terminar devolviéndose a unos cinco minutos de camino cuando la oscuridad y los ruidos de la noche lo asusten”.
Así, algo malhumorado por la poca complicidad de su novia y amigos, emprendió su viaje solo. Era cierto que Julián era un muchacho miedoso, al menos para andar tanto espacio solo en la noche, pero también era cierto que era orgulloso, y que haría lo posible por regresar al campamento con sus cigarrillos.
Tras buscar las soluciones más fáciles a su problema, recurrió a su primera idea. Recordó que entre la carretera y el sito donde se levantaba su campamento se encontraba un grupo de unos cuatro o cinco jóvenes acampando también, cuyos cambuches no tardó en encontrar. En realidad los dos campamentos se encontraban tan cerca uno del otro, que de día se podían divisar mutuamente. Cuando Julián llegó a donde se hallaba el grupo de muchachos, algo más callado que el conformado por él, su novia y amigos; les entabló conversación amablemente y les preguntó si de casualidad le podían vender al menos media caja de cigarrillos. Los muchachos al principio lo miraron fijamente de pies a cabeza algo sorprendidos, pero luego le dijeron con cierto tono de complicidad que le podían dar únicamente un par de cigarrillos “especiales”, y que no se preocupara por el precio pues eran gratis. Cuando Julián notó en el ambiente el penetrante olor a marihuana, se dio cuenta que lo que le ofrecían no era exactamente lo que él andaba buscando. Sentía curiosidad por probarla desde hacía ya un tiempo, pero no iba a ser en esta ocasión, con sus amigos “zanahorios” y con su novia, del tal manera que no tuvo otra opción que seguir caminando con rumbo hacia la carretera en la espesura de la oscura y fría noche.
El trayecto se fue volviendo duro para Julián progresivamente, no tanto por la escarpada geografía como por le miedo que se iba desarrollando en su interior. Cada sombra, cada ruido, cada olor y cada forma que se lograba distinguir a lo lejos con el auxilio de la linterna, contribuía de manera lenta pero segura a incrementar el miedo del muchacho, el cual iba trasformándose en pánico. Para espantarlo, Julián empezó a hablar consigo mismo, luego con Dios, y lo hizo hasta con su olvidado Ángel de la Guarda. Pero como su tímida y entrecortada voz era menos fuerte que algunos ruidos de esos que vienen con la noche, empezó a cantar en tono fuerte aquellos temas religiosos que alguna vez había aprendido en el colegio salesiano en donde cursó su primaria y que no creería recordar sino hasta ese momento. Pensó que era curioso el hecho de que en su colegio siempre tuvo problemas a causa de no memorizarlas y ahora las recordaba perfectamente, y sonrió. Algo más relajado por la seguridad que le brindaban las canciones, tal vez por sentirse más cerca de ese ser superior que de costumbre y como si sus cantos alejaran a sus paso a cualquier ente que pudiera proporcionarle un buen susto (como si se tuviera la certeza de que los entes que asustan se asustan a su vez con la cercanía de Dios); Julián consiguió alcanzar la carretera principal en poco tiempo.
Pensó que ya no necesitaría más la protección de sus cantos, puesto que de vez en cuando aparecía uno de esos grandes camiones que viajan en la noche y cuyas luces le permitían escudriñar los alrededores para confirmar la no presencia de cualquier cosa que pudiera asustarlo. Además le proporcionaban una fugaz y reconfortante compañía. A pesar de su notable intranquilidad (a los miedos sobrenaturales había que sumarle otros tantos peligros a los que uno se expone cuando camina por una carretera sólo en la noche: atracos, accidentes de tránsito, grupos ilegales…), Julián descubrió que a esas alturas se encontraba ya más cerca del punto donde pudiera encontrar cigarrillos que del campamento, y que por más susto que sintiera ya era imposible dar marcha atrás. El tiempo pasó muy lentamente, pero luego de unos 50 minutos de afanosa marcha, Julián distinguió una caseta donde había un letrero de “Hipinto”, que, aunque cerrada, tenía una luz prendida. Pegada a la caseta se hallaba una vivienda humilde, a cuya puerta el muchacho llamó enérgicamente. Bastaron tres llamadas para que uno de los huéspedes, una señora algo anciana, se despertara y le abriera la puerta. Tres minutos después Julián ya estaba caminando de regreso hacia el campamento y fumándose con placer un “Belmont” tras otro.
Ahora estaba mucho más relajado, pues los cigarrillos le proporcionaban confianza y seguridad, por lo que pensó que el viaje de regreso sería menos tortuoso. Pero al llegar a un punto denso y oscuro, a pesar del aparente calor que le otorgaban los cigarros, sintió de repente un extraño helaje, que al asociar con algo desconocido, se incrementó al doble por el pavor que llegó a sentir. Caminó un rato sin mover la linterna de su posición y aún sin llevarse el cigarrillo a la boca, hasta que finalmente giró levemente su cabeza hacia la derecha, donde no fue necesaria la luz para distinguir aquello que caminaba a su lado….
Bueno, en realidad no caminaba, porque sin pies era imposible hacerlo…aquel ente de aparente sexo femenino venía FLOTANDO a una altura de unos 15cm; vestía un traje largo y extremadamente blanco, al punto que parecía brillar y hasta alumbrar, algo así como una pijama larga o una bata; traía una abundante y rizada cabellera rubia muy clara, casi blanca, que le ocultaba el rostro totalmente, lo cual Julián en sus adentros con el tiempo agradeció, pues no quería arriesgarse a ver lo que esta ocultaba debajo de sí, a pesar de que el cabello por la cara daba una imagen aún más tétrica a la escena; su silueta reflejaba unas agradables y delicadas formas femeninas, y de su cuello, a la altura de su pecho, colgaba una enorme pluma blanca…
Julián se sintió totalmente perdido, el pánico y el terror que sentía le hicieron perder el cigarrillo que se estaba fumando, no pudo gritar, no pudo correr, no había nadie a quién acudir, sintió como absolutamente la totalidad de sus pelos y cabellos se le erizaron por completo y un temblor general lo inmovilizó de manera momentánea.
Luego de un tenso y eterno minuto en el que Julián pudo comprender que aquel ente que “caminaba” a su lado y que ahora junto con él se había detenido, no lo había rasguñado, ni golpeado, ni asesinado aún, pensó con algo de claridad. En ese momento no tenía nada que hacer: para qué y hacia donde correr? Qué ganaba con llorar o gritar? Si intentaba golpearla…pero si no había motivo!!...y cómo iba a atacar a algo cuyos poderes o facultades desconocía por completo…a lo mejor al sentirse atacada simplemente lo desgarraría con unas enormes uñas y lo picaría en pedacitos…De qué le hablaba? Qué le preguntaba? Era buena o mala? Rezaba? Y si eso la irritara?...Julián finalmente comprendió que lo mejor que podía hacer era seguir caminando, en lo cual “ella” lo acompañó, siempre a su lado derecho.
Pero fue “ella” quien se atrevió a “romper el hielo” preguntando: -“Julián, qué hace por acá sólo y a estas horas?”. A Julián le hubiera parecido extraño que aquel ser de la noche supiera su nombre, pero después de haberla detallado ya nada le parecía extraño, por lo que se limitó a responder con un moribundo hilo de voz: -“Estaba comprando unos cigarrillos…”. Aquella “mujer” (la voz lo confirmaba en parte) pareció, lejos de querer hacerle daño, interesarse por la seguridad del joven: -“No debería caminar por acá sólo y en la noche, puede ser peligroso.” Julián, mucho más tranquilo ante la aparente amabilidad de su acompañante, le respondió con cierta ironía: -“Sí, claro…tiene usted toda la razón!”…
En ese momento unas luces y un ruido provenientes de un camión que se acercaba en sentido opuesto al que ellos caminaban aliviaron infinitamente el alma de Julián. Cuando las luces plenas iluminaron todo el lugar, Julián pudo apreciar que su compañera simplemente ya no estaba ahí, pero fue incapaz de hacer seña alguna al conductor previendo que ella lo pudiera estar vigilando y esto cambiara su actitud e intenciones, además el conductor del camión quedó casi más extrañado que Julián al ver un muchacho totalmente pálido caminando solo por esa carretera y a esa hora…además cualquier conductor con algo de instinto de conservación hace caso omiso a las señas de cualquier persona que transita sola, en la noche y en una carretera colombiana.
El alivio fue momentáneo pues el camión pasó, la luz se ausentó y cuando Julián recobró la escasa visibilidad nocturna pudo apreciar que con la oscuridad había vuelto aquel ser, que de nuevo avanzaba a su lado derecho. Esta vez, en un tono menos amable y luego de insistir en los peligros que guardaba la noche, le advirtió: -“Es en serio, si lo vuelvo a ver por acá sólo y a estas horas, me lo llevo…”. Estas últimas tres palabras hicieron que otra vez se le helara la sangre al muchacho, que se limitó a responder con un tímido –“Si señora…”
Finalmente Julián divisó el ramal en donde se tenía que apartar de la carretera para seguir hacia el campamento. La extraña aparición le dijo finalmente: -“Julián, hasta acá lo acompaño…ya está advertido, pero le voy a decir otra cosa…tiene que seguir mis instrucciones: Vaya hasta donde están sus amigos, dígales que levanten el campamento y se devuelvan de inmediato para sus casas. De los contrario…de lo contrario me los llevo a todos!!!...ah, y una última cosa: por ningún motivo...óigame bien: por ningún motivo vuelva la mirada hacia atrás mientras avanza hacia el campamento, yo lo voy a estar vigilando…!!!
Julián, como era de esperarse, obedeció. Empezó a caminar tan de prisa como sus temblorosas piernas se lo permitieron, hasta que sus pasos dejaron de ser pasos y se convirtieron en zancadas, y su marcha evolucionó a medida que avanzaba a una desesperada y angustiosa carrera, pero más angustioso aún era cohibirse de mirar hacia atrás mientras corría. No demoró en extraviar las dos cajas de cigarrillos que había comprado y en pasar frente al campamento de sus vecinos, a quienes había pedido ayuda cuando apenas iba hacia la carretera, pero estos estaban ya en otra dimensión, en otro mundo, en la luna…y probablemente hablando con el Pato Lucas o creyéndose bolsa de leche destapada; uno de ellos al ver pasar a Julián tan aprisa lo saludó llamándole “Amigo Correcaminos”, pero Julián apenas notó su presencia.
Al llegar al campamento en donde lo esperaban sus amigos ya con cierta impaciencia, Julián cayó de bruces desmayado. Cuando volvió en sí no tuvo mayor dificultad en hacer que estos lo escucharan y creyeran sus historia, pues su rostro pálido, su angustiosa carrera, su repentino desgonce y sobre todo el hecho de haber extraviado su preciado tesoro y razón de su viaje, lo respaldaron rotundamente. Fue así como en cuestión de minutos ya estaban todos listos para emprender el viaje de regreso. Al pasar frente a sus vecinos trataron de convencerlos de regresarse a la ciudad con ellos, pero estos no estaban en condiciones de obedecer, ni siquiera de entender razones, por lo que el empeño fue vano. Al alcanzar la carretera no tuvieron que esperar mucho para que un camión los acercara hasta Piedecuesta, de donde partieron en dos taxis hasta Floridabanca, a la casa de Claudia, donde todos pasaron la noche…una noche en la que por supuesto ninguno durmió y en la que ante la sorpresa de los padres de Claudia, no aceptaron dormir separados.
El alba los saludó cuando ya el sueño empezaba a dominarlos, y cada uno tomó rumbo hacia su hogar. Cuando Julián llegó a su casa, descargó su pesado morral y se dirigió a la cocina, donde preparó desayuno mientras escuchaba las noticias en una vieja radio-grabadora que allí había. Su sorpresa no pudo ser mayor (aunque pensó por un instante que ya era un hombre difícil de sorprender) cuando en las noticias se decía que “…esta madrugada un grupo de muchachos que se encontraba acampando en zona rural del municipio de Piedecuesta, a unos 5Km de su cabecera municipal y junto a un viejo trapiche, habría sido abaleado al quedar en medio de un fuego cruzado entre tropas del Batallón Ricaurte y un frente semi-urbano de las FARC que se encontraba en operaciones….”
En medio del terror, la sorpresa y el asombro, Julián no pudo dejar de sentirse culpable por la muerte de aquellos jóvenes, aunque comprendió que habían intentado persuadirlos por todos los métodos posibles…. Mientras elevaba una plegaria por ellos, se dirigió a su habitación buscando en su bolsillo las llaves de la puerta, pues odiaba que entraran a ella en su ausencia. Pero las sorpresas aún no acababan: al abrir, se encontró con que encima de su cama tendida había algo que él no había dejado allí…pero cómo era posible? Sólo él tenía llaves de su cuarto y éste estuvo cerrado todo el tiempo...! Al acercarse pudo apreciar un objeto junto a una nota que decía:
“Julián, lo siento. Tuve que hacerlo de ese modo para salvarlos del peligro. Te dejo un pequeño recuerdo…”
Fue entonces cuando Julián reparó en lo que había junto a la nota: una enorme pluma blanca. Todavía sin reponerse, siguió leyendo…
“Atte: Tu Ángel de la Guarda”…
|