Todo iba muy bien. De película, como se dice. Nos encontrábamos uno o dos días en su casa, jugando con fuego, arriesgando las miradas ajenas. Mi profesión de jardinero me cubría, me daba una cobertura en cierto modo. Llegaba con mis plantas, maceteros, cortaba el pasto, podaba los árboles, etc.
Y vino la maldita cuarentena. Y el teletrabajo.
Ya van veinticinco, ¡veinticinco mil días! Y me voy consumiendo poco a poco.
No me canso de espiar tu casa. En una de esas, vas hasta el almacén y podría raptarte sin violencia. Voy acumulando besos, palabras y mimos, que pesan, me rebasan. Te juro que, aunque no lo creas, hoy me bastaría con coger tu mano, la misma con que, disimuladamente, me acaricias cómplice desde lejos.
Hice una locura. Ya con toque de queda me acerqué a tu reja. Tatán, el traidor de tu perro me desconoció. Tal vez debí sacarme la mascarilla.
Y bueno, tanto va el cántaro al agua… Hoy estoy detenido por reincidente y violar el toque de queda en tres ocasiones.
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