QUEJAS DE BANDONEÓN
Buenos Aires – Argentina
Estoy en el barrio tanguero de “La Boca” y ya oigo un aire de bandoneón, triste como siempre, agónico como nunca…Sigo ese hilo sonoro por saber de dónde viene y me lleva por una de sus callecitas angostas y de empedrado grueso. Por aquí cada casa tiene su propio nivel de vereda, cosa de hacernos andar subiendo y bajando escalones de una manera trabajosa y cansina. También entorpecidas por baldosas rotas y desparejas, que hay que esquivarlas firuleteando nuestro paso como al compás de una milonga bien arrabalera y sentimental.
Este es el mismo barrio que pintó nuestro conocido Quinquela Martín, con su espátula de grueso trazo y fino tacto a la hora de plasmar su vívido espíritu porteño. Y del fútbol de Boca Junior, de azul y amarillo, con su cuestionada hinchada de la “mitad más uno” de este fanático país. En fin, barrio o caserío primero, que fundaron aquellos inmigrantes italianos llegando con las manos vacías y el corazón lleno de esperanzas. Vecindario que todavía conserva la extrema precariedad de aquel entonces como principal atractivo turístico. De viviendas de dos o tres plantas, con paredes de madera o chapas acanaladas, todas pintadas de llamativos colores. Con sobras de pintura, que los barcos amarrados allí proveían mientras este poblado se mantenía en plena gestación y nacimiento…
Carmelo debe ser el bandoneonista más viejo de esta zona, y me parece que lo que escucho es la voz de su instrumento, quejándose por demás. Raro a esta hora, es muy temprano, recién está amaneciendo y su ejecutor debería estar descansando de la jornada anterior. De una postal tanguera, tocando sobre la vereda de una cantina de este Buenos Aires antiguo, junto a sus compañeros del cuarteto, formado por Enrique al violín, Fernando en el contrabajo y Ricardo en guitarra criolla. Más los dos bailarines, Gustavo y Marisa, que en perfecta simbiosis rítmica cautivan a un público de curiosos y maravillados extranjeros, como a nuestra gente de tierra adentro, un poco más conocedores del tema…
Y por acá sigo yo….Tras ese sonido que me guía, doblo la esquina y ya no sé donde vive Carmelo. Debe estar muy cerca me dicen los oídos…Y sí, ya veo una puerta entreabierta a media cuadra. Seguro que es ahí, es la única boca del barrio que bosteza exhalando notas musicales en este amanecer de un sol que todavía no quiere asomarse…Ahora cruzo a su vereda y me quedo en el cordón frente a esa casa. Ya lo distingo bien en la penumbra, tras el marco de la puerta como ocultándose de nadie. Sentado en una silla destartalada y vacilante, dando esta inesperada serenata a un vecindario que todavía duerme. Lo veo como siempre; como esa figura abstraída de cabeza baja, con el mismo gesto adusto de ojos cerrados y con su mentón pegado al pecho. Es que así se interpreta esta música del dos por cuatro, sin ver al público, abstraído, solo con su instrumento, sintiendo vibrar cada rezongo dramáticamente...Y así será todo su día hoy; dramático. No es uno más, ahora es solista. Hoy nadie bailará a su compás, apenas sus pensamientos, danzando en ese escenario etéreo de los recuerdos borrándose en el aire…
…Sé que le gusta Piazzolla y podría estar tocando su “Otoño porteño” del repertorio habitual, pero no, está sonado por primera vez “Lo que vendrá” tema sin letra pero de sugestivo título. Con esas armonías propias de su compositor, abruptamente disonantes, las que primero se meterán como punzones filosos por las hendijas de las persianas, para luego suavizarse y entrar clandestinamente en los oídos inconscientes de quienes sueñan con deseos todavía sin cumplir…
A diferencia, nuestro Carmelo ya no sueña nada. Simplemente vive al día desde que se quedó sin un familiar, o sin un amigo del alma que sintiera lo mismo que él… Si no fuera por el tango que lo acompaña con su tristeza, esta vida que sobrelleva hubiese sido mucho insoportable. Dedicarse a la música lo ha mantenido a salvo, con esos pesos repartidos cada noche desde el estuche recolector del violín de Enrique, puede comprar las medicinas y alimentar su subsistencia hasta el día de hoy…
Digo esto porque sé que esta tardecita no se reunirá con su banda. Sus manos están tan entorpecidas que le han dado algunos días de inactividad, ahora que ya tienen un debutante joven para reemplazarlo… Por eso creo que este Carmelo de madrugada no es el mismo de la tarde. Ahora, precisamente ahora, espera “lo que vendrá” y para esto seguirá ejecutando ese instrumento hasta que salga el sol y le acaricie la calva tibiamente como un saludo del cielo. Y recién se detendrá cuando ese fuelle quede con muy poco aire sobre sus rodillas, y uno de sus dedos artríticos se detenga prolongando la nota más lastimera que pudo hallar en su enredada botonera…
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