TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / tsk / Distintos tipos de sombreros.

[C:601345]



El primer relato erótico que pergeñé, lo tengo que confesar, me lo hicieron las drogas. Yo sólo tuve que tomarlas y ponerme a la máquina de escribir. Que entonces era máquina; para que vean el tiempo que hace. A falta de vida sexual, que se pueda llamar tal, propia, la imaginaba en ajenos, y, aun no siendo lo mismo, era mejor que nada. Granjeome fama de entendido. Algo era algo: la puerta a aquel mundo; imaginaba. Desconozco si aquélla hubiera sido menos rica de haber carecido de tales empleos.
El caso es que me consuela pensar en ello; pues- no sé si desde un punto de vista objetivo, la encuentro bastante carente a fecha actual. Y pienso que, de no haber sido por llevarla al papel con personajes imaginarios, todavía tendría más queja, cualitativa y cuantitativamente hablando.
Y ello viene al cuento de sucesos extraordinarios que me acompañan desde no hace mucho. Un hombre célibe, si no es de posibles, encuentra siempre obstáculos significativos. Y más en el lugarón de provincias donde habito. Hasta hace no demasiado.
Un trabajo anodino en un banco no es tampoco el mejor reclamo.
Pues bien, todo, desde hace un par de meses ha cambiado. Repentinamente ha dejado uno de estar solo. Por un procedimiento mágico en esta especie de lotería existencial que es la vida, ha resultado mi número premiado. Por un procedimiento rocambolesco, ciertamente, pero no por ello menos satisfactorio. Aventura que se explicitará en el siguiente capítulo de esta historia bastante verdadera.

Capítulo siguiente.

Nora, ahora, pensaba que todo estaba perdido: cuando tenía tiempo de mirarse se apercibía de que sólo era una ridícula mujer en vías de entrar irremisiblemente en una madurez que ella asociaba aun sin pretenderlo a eso que había venido llamándose, eufemísticamente, tercera edad. Nora no era agraciada de rostro, pero incomprensiblemente tenía un cuerpo que entraba en los cánones de la belleza que se prodigaba en el presente. Nora contemplaba su cuerpo en el espejo y de tal contemplación extraía placer sexual. Nora era, probablemente, la última ninfa de la transición a la vejez. Gustaba adentrarse entre las sombras, principalmente los sábados a la noche y enganchar de la corbata a algún niñato encendido. Nora, invariablemente, los cogía de abajo y le gustaba restregarse el miembro sobre la superficie bruñida de los pantys. El contacto con la seda operaba siempre el deseado efecto: la erección. Nora, acompañada siempre de algún chaval, introducía la llave en la hendija de su portal. Nora sentía placer ante el riesgo de ser descubierta por aquel vecino calvo-yo- que la miraba concupiscentemente al asomar su hocico puntiagudo intempestivamente y pillarla con las bragas bajas, pues no se dijo, pero Nora no pasaba con ningún mozalbete del rellano de la primera planta. Le gustaba que se la magrease a conciencia. También la chupaba, y, finalmente, apetecía ser enculada contra la puerta del ascensor cuyo cristal reflejaba tenuemente su expresión cuando llegaba al orgasmo y la conjunción de circunstancias operaban lo que ella consideraba lo mejor de sí misma. Sólo en ese instante era capaz de olvidar lo ingrata que le resultaba la imagen de su faz en el espejo.

Capítulo siguiente y fin de la historia.
El hombre calvo- en que básicamente consiste uno-, solitario y cincuentón, también gusta de salir por ahí a echar un vistazo. Una especie de ritual sabatino. Desde el Círculo Mercantil prolongo mis pasos hacia las afueras, antes de recluirme solitario, oxigenando los pulmones y jugando al juego que uno denomina de los encuentros imprevistos o inesperados. No dan resultado, pero uno tampoco tiene mejor cosa que hacer. Si hace bueno, me siento en un banco. Algunas veces me columpio. He dejado el tabaco. Antes encendía un cigarrillo. Esta vida solitaria no me ha mermado por dentro. Al terminar empresariales oposité al Estado. Al no dar resultado, me empleé en el Banco de Vizcaya- con sede en Bilbao. Me destinaron aquí. La literatura se hacía muy cara a la subsistencia. Y desde entonces. No he encontrado apaño. Hasta aquella noche, ya digo.
Noche en que Nora me aguardaba en el zaguán. En la oscuridad de la noche debió confundirla mi sombrero. Cuando se cayó al suelo y notó que era su vecino el calvo era demasiado tarde para andarse con remilgos y denuedos.

Texto agregado el 20-04-2020, y leído por 66 visitantes. (0 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]