Quiero escribirte.
Pero no me salen las palabras
y se me atoran en la boca
del estómago, en las tripas,
que es donde realmente siento.
Me gustaría decir que echo en falta
lo que tuvimos durante aquel instante
fugaz pero eterno en mi memoria
desgastado y magnificado
en estos días de necesidad
de tacto y afecto.
No me da miedo volverme vulnerable
explicando qué está brotando
ahí dentro, entre vísceras y hambre;
lo hace el monstruo
ese que a veces sale
cuando más feliz me siento.
No se me da bien aceptarlo,
abandonar los planes
que he ido tejiendo
quizá porque entiendo el amor
como la búsqueda de un tesoro
al que dedicas tu tiempo y atención,
la improvisada pirata intentando descifrar
el mapa perdido de Willy el tuerto;
y la falta como un abandono,
como la flor a la que se olvidan
de regar y busca hacia dentro
la memoria de la luz
mientras sigue esperando la lluvia.
Me gustaría contarte cómo siento
la distancia que ha crecido
entre tú y yo
pero cuando toco a tu puerta
nadie responde
y el tiempo se vuelve maleable,
lo encuentro estirándose
mientras gotea sobre mi
como aquella vieja historia
sobre infames torturas.
Y no quiero darle más importancia
ni más excusas a ese monstruo
para que venga a por mi.

Quiero escribirte.
Respirar profundo antes de empezar
a ordenar éstos órganos
para descubrir qué es eso
que realmente siento
y dónde tengo que ponerlo
en esta casa que es mi cuerpo
e intento convertir en hogar.
Me gustaría decir tantas cosas
a veces
que emborrono con tinta
también mi piel para aclarar(me)
para que, quizá, lo entiendas al leer(me).

Quiero escribirte.
Pero en lugar de hacerlo
doy un paso atrás
inspiro
suspiro...
espero.

La realidad golpea mi abdomen
y ahora entiendo
que no son mariposas
que es hambre...
-tal vez sed-
pero no de ti.

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