Cuando uno tiene sueños en la vida, la pobreza es lo de menos. Desde muy chico había soñado con vivir en la Sultana del Valle y había llegado el momento de dar ese paso definitivo hacia la gloria o hacía la mayor decepción de mi vida. Todo estaba por verse. Tres días antes del viaje era muy poco el dinero con el que contaba, pues aparte del transporte me sobraba para un mes de hospedaje y comida y uno que otro peso para comprar vino, porque escritor que se respete bebe vino cada que puede y si no puede hay otros que si pueden mantener a un bohemio contento. El gran capital que yo llevaba era mi título profesional, licenciado en filosofía y letras de la reputadísima Universidad de Nariño, donde entran pocos y se gradúan muchos. Yo estaba ansioso de conocer más mundo que dinero y estaba decidido a viajar muy lejos cueste lo que cueste, así me cueste la vida la arriesgaría. De qué sirve la vida si no hay felicidad y yo hasta ese momento no era feliz.
Cuando uno sale de la universidad sale untado de todo, pero sin saber nada. Menos mal que yo siempre he sido un autodidacta y un hombre que todo lo he conseguido por mí mismo. Antes de entrar a la universidad ya había leído los escritores del boom de la literatura latinoamericana y ya escribía pequeños ensayos, cuentos breves y poemas de amor. En la vida aprendí a sobrevivir pero sin hacerle daño a nadie, aunque no niego que en más de una ocasión estuve tentado de atracar un banco, porque siempre he creído que robarles a esos ladrones no es delito ni pecado. Yo tenía algunos defectos y muchas virtudes: socializaba fácil con desconocidos y tenía carisma y también era muy leal con las personas de mi entorno y con aquellos que en algún momento de mi vida me dieron la mano. Para mí era un reto trabajar en una ciudad como Cali, una ciudad tropical, donde la rumba y la música se llevan en la sangre; al igual que el buen vestir, la buena mesa y el amor. Consciente de todo eso y sin medir consecuencias me dirigí a la bien llamada sucursal del cielo que colinda también con el infierno por toda la pobreza que se vive en los barrios deprimidos, donde los chicos desde niños son reclutados por bandas delincuenciales que los utilizan para negros propósitos, ya sea matar, robar y distribuir cocaína y drogas sintéticas en la cercanía de los colegios y universidades. Los reclutan, los degeneran y si los agarran les ponen un abogado que aprovechando la minoría de edad los saca fácil del problema.
Llegó la hora de partir, mis padres estaban tristes y no era para menos pues hacía poco tiempo habían visto partir también a los mellizos y a otro de mis hermanos a lugares lejanos. Yo los calmé diciéndoles que son pasos que tarde o temprano se tienen que dar en la vida y que si no se los da ahora, mañana la vida cobrará bien caro la cobardía y el sentimentalismo. El parche del barrio no fue ajeno a mi partida hacia la búsqueda y realización de mis sueños, pues en esta ciudad no los lograría. El día anterior a mi viaje organizaron una fiesta, en la que hubo guaro, pólvora y mujeres, entre ellas Salomé, una rubia que me tiraba los perros como se dice en el argot popular y a quien poseí esa noche, yo quería y ella también quiso así que ni modo decir que no.
A la noche siguiente el mismo parche que me organizó la rumba, me acompañó hasta el viejo terminal de Pasto, que en lugar de terminal era un auténtico chiquero, cerca de ahí pululaban bares y prostíbulos de mala muerte y muchos ladrones como quiera que estamos hablando nada más ni nada menos que la calle del churo.
Desde el sur de pasto, más concretamente salimos desde el barrio las Mercedes hacia el centro de la ciudad sorpresa. Eran más de veinte los miembros del parche quienes me acompañaron al terminal terrestre. Nos fuimos caminando porque no había dinero para pagar taxi. En el camino, uno de ellos, el más experimentado en hurtos callejeros, atracó a una pareja de ricachones, los atracó porque lo insultaron cuando le dijo un piropo a la chica y reviró el caballero. Chicho les quitó los relojes y las billeteras y les advirtió que cuidadito de andar avisando a la policía porque después se las cobraba. Antes de llegar al terminal Chicho me dijo:
-Parcero, le doy el dinero robado por si le llega hacer falta
Chicho era de esos ladrones que con el enemigo son despiadados, pero nobles con los amigos, al punto que arriesgaba hasta la vida por ayudar a una buena causa. Lo quedé mirando de arriba abajo y luego le dije:
-Gracias, pero no quiero echarme la sal desde el momento de la partida.
Chicho me quedó mirando con ironía y luego me dijo:
-Que sal ni que hjueputa, me extraña que creas en agüeros, vos que has leído a Sócrates, Platón y Aristóteles.
Me hizo dar risa y no me quedó más remedio que darle la razón. Sacó del bolsillo de su pantalón el montón de billetes robados y los metió casi que a la fuerza en el bolsillo de mi pantalón. Luego me dijo:
-No sea huevón, usted cree que en otra parte le van ayudar cuando tenga hambre, aprenda a vivir pendejo.
Después de muchas bromas y promesas nos despedimos deseándonos la mejor de la suerte. El bus arrancó el viaje a las diez de la noche, eran nueve horas de viaje. Después de una hora de recorrido ya íbamos por Chachagui, un pueblo hermoso por su clima y por ser un remanso de paz. Al rato empezó a llover copiosamente, saqué un suéter de mi viejo maletín y me lo puse porque el frío intenso calaba hasta mis huesos. De ahí en adelante no supe nada porque me quedé dormido durante casi todo el viaje ya que la noche anterior había trasnochando bailando y en la madrugada haciendo el amor con la rubia. Me desperté cuando veníamos por Villa Rica. Saqué de una chuspa unos pasteles y una gaseosa que mi madre había empacado para el viaje y calmé el hambre que a esa hora me atormentaba. A las siete llegué al terminal de Cali. Me bajé de inmediato pues iba en el puesto de adelante y la maleta no la llevaba en la bodega del bus sino conmigo, ya se pueden imaginar la maleta que llevaba: tres pantalones y tres camisas, una chaqueta y otras prendas más los elementos de aseo personal, una carpeta con más de cien poemas y unas cartas de algunas novias que tuve en el pasado y que no las condené al fuego porque eran buenos recuerdos. Me dirigí pronto al baño pues estaba que me orinaba, tan pronto llegué a los baños públicos pagué doscientos pesos y me dieron un pedazo de papel higiénico. Antes de orinar me dije a mi mismo “ya estoy orinando en la sucursal del cielo” Bajé la cremallera y oriné con gran placer, era como si en esa meada evacuara todas mis angustias y mis malas experiencias del pasado y bien larga que estuvo la meada. Apenas terminé me subí la cremallera pues no quería que por olvido alguna chica me fuera a decir “señor está mostrándonos la polla”. Antes de salir del baño me lavé las manos. Luego me dirigí al otro lado del terminal a esperar el gris san Fernando, bus que me llevaría a la nave, por ahí vivía mi hermano Leonardo, más concretamente en el barrio Belén, barrio que hoy hace parte de la comuna veinte y se caracteriza por ser uno de los más peligrosos de Cali, eso no me daba miedo pues el peligro a mí me llama y yo no me hago de rogar, así más tarde tenga que lamentarlo.
@Pedro Moreno Mora
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