Hace un par de semanas, Irene Adler nos visitó en casa y sin más, se llevó mi ”Libro de la imaginación”, para leerlo. Es una recopilación de pequeños textos fantásticos y minificciones, hecha por Edmundo Valadés. A sus veintiún años y con las clases de Derecho en la UNAM, Adler tiene poco tiempo para escribir, lo cual siempre le ha gustado.
Hoy, ha regresado con mi libro en la mano y un par de pequeñas hojas entre sus páginas, donde ha escrito un breve juego infinito. Ella no lee a Borges (¿o sí?), ni a Cortázar, ni a García Márquez (creo que a él, sí); pero se anima a escribir cada vez que puede. “Ten”, dijo: “¿crees que tenga algún valor?” Le respondí con sinceridad: ¡No sé!...
Entonces, le prometí traer hasta aquí, su juego.
“Uno, dos... Uno, dos, tres;
tres vueltas y un revés”,
dijo la araña.
“Mi obra está terminada... ¿la ves?;
aunque el hombre la destruya,
he de tejerla otra vez.
Uno, dos, tres;
¿quieres que te lo cuente otra vez?...”
“Uno, dos...Uno, dos, tres;
tres vueltas y un revés”,
dijo la araña.
“Mi obra está terminada... ¿la ves?...”
(y así hasta el infinito).
Comprendo el interés de Adler, porque el librito mencionado guarda fragmentos que golpean (fuerte y duro) a la cabeza, haciéndonos razonar mucho más allá de una simple lectura. Al ir leyendo, el libro pareciera una mansión enorme con un sin fin de habitaciones, cuyas puertas, al abrirlas, nos fueran descubriendo tesoros insospechados, secretos herméticos, sueños inverosímiles, ritos ancestrales, hechizos infernales.
Edmundo Valadés (magnífico cuentista), entre los muchos textos que pueblan las páginas mágicas de este libro, recoge los siguientes, que anexo aquí, para complementar el juego infinito de Adler y la admiración que me produce un libro como el mencionado.
Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces qué?
(S. T. Coleridge)
Este otro:
- ¡Qué extraño! -dijo la muchacha, avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
- ¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
- A los dos, no. A uno solo- dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.
(I. A. Ireland)
O éste:
¿...Y si como yo soñé haber escrito este cuento, quien lo lee ahora simplemente sueña que no lo lee?
(Álvaro Menén Desleal)
Me despido con la Página Asesina, de Cortázar:
En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
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