Ya no me quedan historias que contar
-Ya no me quedan historias que contar, hijo.- Dijo el abuelo con una profunda carga de resignación, sentado en el sofá de su casa mientras su nieto de pié lo miraba con perplejidad.
-Pero abuelo… ¿Como que no te quedan?, algo se te ocurrirá, ¿no? – le respondió su nieto decepcionado ante lo que era un gran contratiempo en su vida.
-Creo que ya no, llevo una vida contando historias de todo tipo y creo que he llegado a mi límite. – prosiguió el abuelo mientras meneaba la cabeza como parte de su alegato.
-Pero abuelo, si me dijiste un día que las historias no se acaban nunca. - -insistió el nieto anhelando que el argumento le hiciera reconsiderar tal afirmación - Algo se te ocurrirá ¿no?
- No hijo, si que se acaban - comenzó- Ya verás cuando llegues a mi edad te darás cuenta de que las historias se reciclan, se retocan, se trasplantan, pero inevitablemente al fin, se repiten. Todo se parece a algo, lo original se vuelve copia mala una vez contada más de una vez y solo permanece la originalidad de la repetición, pero es eso, repetición al fin.- hizo una breve pausa y concluyó cansinamente. - Por lo que ya no me quedan historias que contar.
-Entonces, ¿qué hacemos? – le preguntó el nieto con la resignación propia de la historia repetida.
-Ya sabes que hacer, tendrás que decir que el jarrón lo has roto tú.- Concluyó el abuelo.
Su nieto lo miró fijamente escrudiñando el gesto de su abuelo mientras meditaba la conveniencia de su respuesta y finalmente, arrastrando las palabras, dijo:
-Vaaale….., ayer rompimos la figura del perro y dije que fui yo, la próxima te la cargas tú, ¿vale?.
-Ves hijo, ya no me quedan historias que contar, me repito y ya no se me ocurre nada- apostilló con una media sonrisa en la boca.
- Entonces, ¿después de la siesta no me vas a contar un cuento? – le preguntó alarmado.
-Si, hijo, si. Esta tarde te contaré un cuento sobre el chupacabras.
-No…, ese no, que me da miedo.
-Pues entonces te contaré un cuento sobre el chupaovejas.
- ah, vale, bueno.
Una ligera sonrisa se instaló en ambos, y el abuelo atinó a levantar las cejas levemente en señal de reconocimiento de esa sana ingenuidad que solo habita en el reino de los niños…
Madrid, 3 de abril de 2020
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