Pobre chico impúber nadando en aguas tormentosas, ser en vigilia, navegante en sábanas húmedas y turbias, el bozo sobre su labio, la voz que se le quiebra en graznidos, el sexo que se le tiñe de hebras oscuras, y a las chicas de sus juegos ahora las nimba un misterio en sus labios, en su cuerpo y en sus gestos, una línea difusa en suspenso, preguntas que brotan en su mente, almácigos sedientos en el vacío.
Hoy la niña ya es mujer y eso tiene un sentido en el rostro del púber, no se siente hombre, presiente que su vida se sume en un túnel de intraducibles dimensiones y entre presentimientos y preguntas, intuye que ni los colores ni las formas ni las palabras tendrán el mismo sentido una vez que emerja.
Y esa mañana surge esplendorosa, el amor, esa cosa física que navega por su cuerpo, imagina destellos dentro de sus vísceras y la niña que ya creció antes que su propio tormento se hiciera carne, ya no le sonríe, sospecha de ese dibujo impreciso que la naturaleza bosquejó en ese chico. Y se aleja y él la persigue del mismo modo que persigue cada una de sus interrogantes. Quizás vaya en su búsqueda en todos los años venideros. No será ella acaso su objetivo sino el llamado cínico de la naturaleza que reviste de atractivos a los nuevos seres para que la reproducción asegure la preservación de la especie, un fin último, frío y conveniente.
Las niñas que hoy lucen protuberancias en sus blusas y sus caderas ya explotan en sus faldas, no fijan su mirada en él y el muchacho con su voz en remodelación, las dibuja en su mente como rosadas ninfas desnudas que adornan sus húmedas ensoñaciones. Y un parque frondoso le invita a explorarlo y el chico se sumerge en la calidez verde y acariciadora. Un escaño se le ofrece y sentado en él cavila sobre este extraño destino. Un hombre de mediana edad, calvo y ligero en sus movimientos, se le aproxima y le toca el hombro, pero la mano suya, de largos dedos sarmentosos viaja lenta haciendo un alto en su pecho. El chico se desconcierta pero nada dice, sólo presiente que esa mano ávida se desliza por su camisa y ya el límite impuesto por la correa que ciñe su cintura, continúa su tránsito hasta que se detiene entre sus piernas para palpar con avidez el objetivo.
-La tienes pequeña aún, pero supongo que crece cuando es necesario.
El tipo sonríe, se le aproxima aún más y el chico brinca como un potro y se aleja del lugar, dejando atrás lo verde del paisaje y lo turbio de ese tipo.
Ahora, un rayo de claridad le tranquiliza. Entiende que muchos caminos se bifurcan, todos pueden ser transitados, todos pudieran ser legítimos, pero él, en la senda repleta de preguntas, sólo avizora esos pechos en ciernes y esas bocas y ese sexo imaginado, puro y definido bajo las faldas de las chicas.
Y continúa abriéndose paso en el camino arduo de su instinto.
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