En el sueño vi la calle, vi los charcos y la lluvia resbalando por los ventanales. Las paredes de las casas estaban en obra negra. Las pocas casas que estaban pintadas, la pintura ya empezaba a descaracharse por la acción del sol y del tiempo. En una de las paredes decía: "haga patria, mate un costeño". También vi un gato negro corriendo por el tejado de una de las casas. La casa se veía muy deteriorada, seguro que nadie la habitaba, como esos edificios abandonados que con el paso del tiempo ofrecen un triste espectáculo y terminan convirtiéndose en refugio de drogadictos a quienes han echado de su casa. La calle era muy empinada, menos mal que yo iba de bajada, caminaba por el centro de la calle aprovechando que no pasaba ningún vehículo.

De repente me invadió el miedo. Un miedo que ni yo mismo podía explicarme. Era como un palpito que me alertaba sobre un peligro de muerte. Sentí que me tembló todo el cuerpo y mi alma también se estremeció. Pero nada, seguí descendiendo por la calle. Mis zapatos estaban viejos y desgastadas las suelas. En suelo mojado era muy peligroso andar con esos zapatos, pero acaso los sueños dan oportunidad de cambiarse los zapatos, no, te sorprenden y no hay nada que hacer. Agarré un palo de escoba que estaba tirado en la calle y lo usé como bastón que me ayudaría a dar mis pasos con mayor seguridad.

Más adelante y cuando había avanzado un buen trecho del camino, de una de las casas salieron una mujer y un hombre, lo más lógico era pensar que fueran pareja. Eran maduros de edad. Yo calculo que pudieran tener sesenta años, tal vez algo más. En fin, eso es lo de menos.

Los viejos se veían mal vestidos y se podría decir que la naturaleza no fue muy prodiga con ellos en asuntos de belleza. Ni ella ni él hacían pensar que en un pasado lejano fueron atractivos. De ella recuerdo que tenía un lunar en el mentón, de esos lunares feos que sobresalen mucho de la piel, además sobre el lunar había muchos pelos que lo hacían ver repugnante. De él, solo recuerdo que era calvo, los cachetes colorados y un tanto giboso.

Yo seguí descendiendo y ellos también. Esa calle me era familiar pues había andado muchas veces sobre ella. Hacía más de treinta años que no había vuelto a poner un pie en su asfalto. Treinta años hacía ya que me fui a buscar suerte a la sucursal del cielo. La lluvia seguía cayendo y yo bajaba por esa calle. De repente los viejos se acercaron a pedirme dos mil pesos para comprar pan, pese a que esa hora no había ninguna tienda abierta. No vi nada de malo en aquel hecho, además la moneda colombiana está tan devaluada que eso no era gran cosa.

Saqué los dos mil pesos de mi billetera que estaba repleta de dinero. El viejo al ver que tenía bastante dinero, sacó un puñal y también la vieja tenía una arma blanca. Los dos amenazaron con cortarme la cara si no les entregaba de inmediato todo el dinero. El viejo llegó a darme un puntazo con el cuchillo en el brazo. Ante esas circunstancias no me quedó más remedio que entregarles todo lo que de valor llevaba encima. Después que me robaron los viejos se perdieron en la noche. A pesar que ha pasado tanto tiempo no he podido olvidar aquel suceso, ni tampoco el rostro de ese par de viejos hijueputas, ya que cuando menos lo pienso vuelve a aflorar en mi mente el acontecimiento, a pesar que he intentado olvidar todo. Ese hecho marcó mi vida y la marcó tanto que decidí ponerles nombres a este par de granujas. Al viejo lo llamé Mardoqueo y a la vieja Cleotilde...