Veo nubes grises y tristes.
Deseo alcanzar con mis manos
para consolarlas, como
acaricio el lomo de mi gata.

Al son del martillo de Thor,
comienzan a caer un ejército
de gotas finas y afiladas.
Golpean tan fuerte el asfalto,
en las aceras, ventanas y
balcones como quisieran
eliminar toda la maldad de
la humanidad: la soberbia,
la hipocresía, los dictadores,
la hambruna, los proxenetas,
los maltratadores...

Forman un rio sobre la carretera,
buscan las alcantarillas con la
intención de penetrar en un agujero
secreto para apagar el fuego
del infierno.

¡Cómo desearía estar en
la calle con los brazos abiertos
sin paraguas para mostrar mi apoyo!

Ya ha parado de llover,
vecinas salen a comprar,
niños que regresan del colegio,
Jubilados que dan su paseo,
todo vuelve a la normalidad.
Pero sé que volverás a intentarlo,
si la estupidez humana no
destruye su planeta antes
de que se apague el astro rey.

Observo en mi ventana dos
gotas de lluvia que se juntan,
dejo que sigan con su curso;
para que se sequen y se cicatricen
como las lágrimas de mis ojos.

Vestida de negro fuiste testigo
de ver cómo introducían a mi marido
en una concavidad de una pared
prefabricada dentro de una caja
de madera.

Termino de beber mi café.
Voy a la pica de la cocina
para lavar la taza.
Quizás sean los últimos
posos de tristeza de mi corazón.