Un rayo de sol refleja sus crenchas doradas sobre el cubrecama que muestra sus angulosas arrugas. Son las nueve de la mañana y el reloj sentencioso acucia para salir del lecho y caminar con pasos somnolientos hacia la cocina en donde se escuchan las voces provenientes de la radio que informan de un aplanado de curvas. La inquisición –me digo e imagino a oscuros personajes envolviendo a curvilíneas féminas para que oculten sus prominencias. Tiembla, crujen los armarios y me embarco en esta nave movediza de la cual ignoro su trayecto. Pero es un sismo de poca monta y sólo por acto reflejo me surgen imágenes difusas de cercanas catástrofes. La vida continúa sin un hilo conductor visible, atisbo a la pasada un par de poemas simples y bien intencionados, el diario, previamente rociado con alcohol gel ofrece cifras de la contaminación, gente oculta tras mascarillas, el peligro invisible se suspende ingrávido, el rayo de sol aún estampa su saludo sobre las cobijas. La taza de té, la prensa, las sentenciosas palabras de las autoridades, la vida en cuarentena, personajes todopoderosos que elevan sus posaderas influyentes a bordo de sendos helicópteros que les permitirán surcar el espacio vedado para arribar a sus residencias en la costa. La historia contrapuesta vierte las imágenes de gente paupérrima arracimada en sus mínimos espacios. El coronavirus ejerce también y sin quererlo como diapasón social que desnuda las colosales diferencias de la sociedad. Y yo, respirando cauteloso, no se me vaya a colar el bicho por las narices o por la boca y lo que es lo peor: alguna encuesta maliciosa o el viscoso tufo a anacoreta que desafía todo veto, manifestando que una simple imposición de manos cura todo mal. Nariz y orejas alerta, los rumores son ladrillazos, fake news que provocan un respingo o la risotada. Y el día transcurre lento para quienes hurgan a tientas los despojos de su reciente existencia. Otros, voltean su mirada a los espejos, a los armarios, escarban en los rincones buscando pasajes ocultos que los conduzcan a regiones encantadas. A ellos, el tiempo se les escurre como arena, a los otros, se les aposenta sobre la barriga, maltratan al refrigerador abriendo y cerrando sus puertas, tragan sin aliento y consumen ese capital divino masticando desperanzados.
Otro día en cuarentena, regalo o maldición, siesta aletargada o búsqueda táctil de asuntos diversos. Carpe diem, para algunos, es palpar con sus mejillas la suavidad de la tela de sus sábanas. Para otros, es volar con la mente más allá de sus obligadas fronteras.
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