No sabemos de dónde vino,
a qué vino
ni cuando se irá.
Ni si sus intenciones son tan crueles como dicen:
Que quiere exterminar a la humanidad;
que se propone ralear a la población
—quizás la más vulnerable—
que ha ido sobreviviendo a otros grandes males;
o probarnos.

Tal vez quiera vengarse de nuestra sociedad,
de nuestros gobernantes y de quienes los hemos elegido;
de tanta corrupción, tanta injusticia y tanto despilfarro;
de tanta hambre y tanta miseria impuesta.
O quizás se proponga terminar con el exterminio de nuestro hábitat,
de ese hábitat que es lo más preciado que tenemos —
o que teníamos—.

Esta guerra —una más—,
salvaje, despiadada, destructora,
parece querer terminar con todos nosotros
—o con muchos de nosotros—,
con los más débiles —la población de riesgo—
o con los más arriesgados,
los que exponen su vida sin evaluar las consecuencias; los que desoyen los mandatos sociales
poniendo en peligro, sin prejuicios, la vida del resto de la población
y la de los que arriesgan su propia vida para ayudar a sus semejantes
luchando codo a codo con la muerte
en esta guerra que parece no tener fin.

No sabemos cuánto durará su estadía
pero sí sabemos que debemos armarnos para combatirlo
porque el Coronavirus está esperando que nos pongamos de acuerdo,
que le ofrezcamos resistencia
y que nos unamos con un solo propósito:
HACER DE ESTE MUNDO UN LUGAR MÁS JUSTO Y MÁS AMABLE.