El dilema es sencillo, si yo me escapo de casa, pero el resto mis vecinos cumplen religiosamente su cuarentena, yo gano la libertad y me mantengo libre de virus. Gano y además consigo esa medalla ansiada por tantos españoles, la de ser más listo que Calisto. Si decido quedarme en casa y mis vecinos también, no tengo la ansiada libertad, pero no propago el virus. Empate técnico emocional. La tercera opción es que yo y todos mis vecinos nos tiremos a la calle como si el Madrid ganara otra copa de Europa. Todos libres, pero con el desastre sanitario sobrevolando nuestras cabezas. Perdemos todos. Y queda una última opción, la de que yo me quede en casa y todos salgan a la calle. Ahí aparece otra emoción también muy española, la de decirse a uno mismo: si es que de puro bueno que soy, soy tonto. Bueno, tampoco hay que flagelarse.
Así la teoría de juegos nos explica, otra vez más, que la opción más favorable para el conjunto de la sociedad es la de la cooperación; en nuestro caso, quedarnos en casa haciendo bizcochos; es verdad que los comportamientos egoístas pueden parecer más rentables individualmente, pero solo es en apariencia y además a corto plazo.
Porque para que un comportamiento egoísta sea rentable hace falta que la mayoría de la población se comporte solidariamente, claro. Si el número de Calistos se dispara, deja de ser tan rentable ser listo. Más que nada porque todo se va al carajo. Y además estos comportamientos egoístas dejan de ser rentables a largo plazo porque en futuras interacciones sociales la población de comportamiento modélico corrige su conducta para con estos individuos. Y les aplica el infalible antídoto antiCalistos de: ya sé de qué vas, Nicolás. |