"...haga, pues, el príncipe todo lo necesario para obtener y conservar el Estado, y los medios que utilice siempre serán juzgados honorables y alabados por todos... Nicolás Maquiavelo, de su tratado político “El príncipe” año1513.”
De donde se desprende la frase El fin justifica los medios atribuida a Napoleón Bonaparte al leer este encomillado
“La epopeya de Nampe”
Como historiador por oficio y pensador por pura y fatal curiosidad , es que he concluido en que el poder ver en detalle, el mirar con detenimiento los pequeños pormenores que hacen la diferencia es lo que nos acerca al conocimiento, y será a la vez éste quien nos aleje de ese ser bestial que como tal fuimos concebidos, despojados de razonamiento, a puro instinto e intuición. A diferencia del reino animal la semilla de la razón nos fue dada, si, pero como toda semilla necesitará ser regada para dar frutos. En la medida en que esto no ocurra la mantendremos en estado latente. Y es en esa latencia en que me quiero detener y reflexionar, me es fundamental para entender los hechos que me trajeron aquí. De no lograrlo este largo viaje no tendrá compensación alguna, será una nueva decepción como tantas otras; pero quiero esa recompensa y voy por ella aunque consciente de que el conocimiento solo devendrá en insatisfacción, en frustración, pues esa búsqueda conlleva casi sin pretenderlo uno a abarcar la universalidad de las cosas, de las acciones. El resultado no podrá ser otro que la imposibilidad de hacerlo, y me dará la sensación de haber tomado el camino equivocado, y quizá así sea.
Nampe, un pueblo de montaña como cualquier otro, solo un pueblo mas del norte del estado, que de no haber sido por la leyenda que atraviesa su historia pocos sabrían de su existencia. Se afirma que en estas tierras habitó un pequeño gran hombre que no superaba el metro cincuenta, de escasos talentos pero dotado de valor y de un amor propio inigualable, y a quien se le atribuye lo que se conoció como “la epopeya de Nampe”, un pueblo acosado por los indios, al que apenas le llegaban provisiones de la mano de las caravanas que cada treinta o cuarenta días les abastecían de lo básico e imprescindible para subsistir y resistir. Poblados como estos eran la avanzada del hombre blanco sobre tierras indígenas, donde la superioridad numérica del indio era sosegada a pura fuerza de patriotismo y pólvora. El acceso al agua era quizá la dificultad mas grande que los pobladores enfrentaban, solo superada por los ataques furtivos de los malones, que a fuerza de violentos y repetidos, y lejos de la intención del enemigo habían naturalmente ayudado a organizar la resistencia y agudizar los sentidos del oído, de la vista y el olfato de mucho como herramientas de supervivencia. Cuentan incluso que hubo un puñado de hombres que podían anticipar en algunas leguas los ataques del enemigo al sentir en el cuerpo el vibrar del suelo con los golpes causados por el tranco del galopar de la tropilla salvaje, esta cualidad les daba buena ventaja a todos para apostarse en sus puestos de defensa y no ser sorprendidos. Como seres cuasi mitológicos y ante el éxito por sobre cada embestida estos “anticipadores” eran gratificados con los favores sexuales de un grupo de jovencitas que estaban dispuestas a estimular y mantener encendido el “don” de este puñado de hombres del que dependía la suerte de todos.
Dentro de esta suerte de poblado o caserío las funciones estaban distribuidas y asignadas en función de las capacidades propias de cada integrante, lo que podríamos definir como inteligencia intuitiva. Muchos de ellos habían tomado la decisión patriótica de formar la avanzada en la conquista del oeste, pero otros tantos lo hicieron escapando de la ley, algo que nadie desconocía, ni siquiera las autoridades pero hacía falta gente, número, y esto es lo que eran además de delincuentes. Nadie es prescindible cuando se está en presencia de un alto y noble objetivo, para noble está el objetivo en si mismo, no necesariamente lo deben ser sus integrantes. La justificación última recurre a la esperanza cierta de que el delincuente se redima en su espíritu en pos del sagrado objetivo, y con esa explicación daban por terminada toda duda moral, aunque el tema tenga mucha tela por cortar.
Como ya dije, a fuerza de pólvora y locura es que el hombre blanco terminó diezmando al indio, anteponiendo impúdicamente sobre la barbarie la idea de “la necesidad de construir una nación basada en la prosperidad, la justicia, la igualdad, … y de aquí a la posteridad”. Esto de la posteridad fue una jugada maestra de los hacedores del relato, representaba la trascendencia, era el mas allá del tiempo que nos toca vivir, eran los hijos y sus descendientes, nuestros descendientes, era la manera de hacernos inmortales, y quién podrá resistir tal tentación…
En definitiva todo este monumental deseo plasmado, esta enorme aspiración de formar un país se basó en la contribución de miles y miles de voluntades, de historias personales, muchas de ellas pequeñas, otras ceñidas de enorme heroísmo donde la vida tal como la imaginamos a algunos les quedó chica.
Hubo momentos de zozobra, las provisiones estaban atrasadas en mas de dos semanas debido al particularmente duro invierno de ese año que hacía imposible el desplazamiento de la caravana, el desanimo los abrazó y el indio lo sabía. Era obvio, un decidido ataque se estaba preparando sobre ellos, faltos de alimentos y balas la suerte esta vez les sería esquiva.
Pero es en esos momentos en que aparecen como sacados de algún cuento esas historias que construyen un horizonte, un propósito, las que terminan forjando un destino. John Clark, el hombrecito del que les hable al comienzo del relato se presentó con un plan ante quien tenía la última palabra, quien tomaba las grandes decisiones del pueblo, un plan que se llevaría su vida misma. Todo se mantuvo en secreto entre ellos, seguramente por lo discutible del medio, aunque no por su inobjetable objetivo final.
Solo, montado en su caballo zaino, con una bandera blanca atada a un palo que hacía las veces de mástil enganchado de la montura, munido de pocas provisiones y con una bolsa llena de tabaco que ofrendaría como muestra de buena voluntad y que gracias al entendimiento del idioma aborigen haría de esta acción algo trascendental. Fue así como se llegó a las puertas del enemigo indio. No se si es que debido a su baja estatura que Clark no inspiraba temor alguno, lo que obviamente fue una ventaja que ayudó a que rápidamente lo llevaran ante la presencia del cacique y jefes. Una vez entregada como ofrenda la bolsa con tabaco fue invitado a pasar a la carpa, ya sentados en ronda expuso ante ellos la intención de su pueblo de irse de las tierras sin resistencia pero pedía a cambio un compromiso de no agresión durante la retirada, el compromiso incluiría de parte de los blancos la entrega de una veintena de caballos y unas pocas vacas y cerdos.
El entusiasmo de los dueños de casa era evidente, justo cuando miraban con cierto aprecio la figura del pequeño hombre, justo en ese momento y en medio de la fumata John Clark quita por debajo de su enorme abrigo de piel de oso la punta de una mecha y la enciende con la brasa del tabaco ante la mirada atónita de todos los que estaban dentro de la carpa, pocos segundos tardó en estallar el corsé de cartuchos de dinamita dejando debajo de donde hasta ese momento posaba Clark su pequeño cuerpo un enorme pozo de tres metros de profundidad y ocho metros de diámetro. Nada quedó de la reunión, solo una enorme cantidad de pedazos de carne asada esparcida por todos lados.
Esta acción trajo como resultado inmediato ante el desconcierto de todos una tregua que duró lo suficiente para dar tiempo a la llegada de la caravana con provisiones y reorganizar la vida en el pueblo. La epopeya del ahora mas necesario y oportuno que nunca mártir John Clark corrió como reguero de pólvora por la región y envalentonó el ánimo de otros pueblos que no dudaron en avanzar a la conquista definitiva del territorio de una vez y para siempre, ese siempre que incluía de manera implícita en su relato la palabra posteridad.
Invertí meses en mi intento por comprobar la veracidad de la historia, e incluso de demostrar la existencia del propio John Clark buscando descendientes o documentos que lo prueben pero, para ser honesto no lo logré, solo pude recoger entusiastas historias, llena de condimentos, emociones, contradicciones, pero ningún dato concreto, no hay elementos que den certeza de su existencia, por lo que es probable que fuera un episodio inventado, solo destinado a mantener alta la moral de la avanzada.
Lo que si hallé como suficiente y dudosa prueba de la veracidad de esta historia fue un monumento levantado junto al pozo que nace de la supuesta explosión con eso sí, una placa de bronce que lleva grabada esta leyenda “Yacen aquí esparcidos por la pradera los restos del mártir John Clark, quien abrió las puertas a la posteridad territorial para todos los ciudadanos de los esta tierra”.
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