El familiar sabor a sangre en mi boca.

Este tornillo en mi corazón, que gira por cualquier capricho.

El cansancio de mis ojos, o mi sonrisa, o mis palabras.

Quizá es una de estas cosas, quizá ninguna. Siendo honesto, no lo sé.

gotta run




Hay al norte de Henniker, New Hampshire, una pequeña quebrada que llega a una charca, en un arboleda unos cuantos cientos de metros al este de la autopista. Vista desde arriba, hay una roca de forma vagamente rectangular, que se asoma sobre el estanque con una de sus puntas. En otoño, el remolino rojo y naranja de las hojas cae silenciosamente y cubre la roca, alrededor de y sobre el agua.

Quiero ver ese bosque sangrar.


Hay otro lugar. Council Grove, Kansas. Al norte del pueblo esta el lago como un gran espejo oleado, como un desgarro de azul que deja el pasar del rio Neosho. En verano, mientras el calor hierve las calles y el sol abrasa, y las irreverentes e irrelevantes vidas del municipio se derriten en el tiempo, el lago chapotea gentil, frio y oscuro y profundo.

Quiero dormir bajo el sonido de esas aguas.


Entre las nubes, rojo y sangrando, hay un país. No conozco su nombre o los afluentes de sus aguas trenzadas de oro, ni el viento que corre por sus arroyos y llanuras de sombra. He visto sus montañas cambiantes. He sus visto sus golfos y mares que abarcan el horizonte. Todos fugaces, todos huyendo, como si tuvieran miedo a ser puestos en papel, a ser no más que un garabato en un mapa.

Quiero flotar tan efímero como esa luz.




Quisiera todo esto pero la Historia es un calor, lentamente hirviendonos vivos. No soy más que una gota de sudor en tu frente.


Me olvidarás cuando pares de correr.