No quiero acostumbrarme al hábito,
la vida que sigue, aunque parada y quieta,
una necesaria forjada armonía vestida de luto,
el esperanzado epilogo que anuncie el ansiado fin
que me sirva de obligado y amargo consuelo
No quiero acostumbrarme al cotidiano de la muerte,
una aséptica noticia que se repite día tras día
que va lentamente anestesiando mi dolor ajeno
e idealiza el llanto en atónito convencimiento;
algo deberemos haber hecho para merecer esto.
No quiero la rutina de un mundo en pánico,
curvado a los caprichos de una curva ascendente,
una numerología maldita sin escrúpulos
que ya no conoce más los límites y nos va cercando,
una fatal sentencia que nos condena sin juicio.
No quiero la rutina de una mirada perdida
por una repetida situación que ya no me conmueve,
un demencial pasar de los acontecimientos,
la obsesiva letanía que grita en silencio por esperanza,
un perturbador mantra al unísono por un planeta absorto.
No quiero acostumbrarme a las campanas,
a la vida que sigue, fe
al todo ha de pasar, resignación,
a la llamada a la serenidad, impotencia,
a la luz al final del túnel, esperanza.
No quiero acostumbrarme a la costumbre,
quiero vivir ya, ahora.
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