Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio,
y así penetrar pueda en el misterio.

Desde que empezó el encierro, todos los días al amanecer viene un pájaro negro y se posa encima de la antena de televisión de la casa del vecino. El tío no para hasta que no me saca de la cama con sus cantos estridentes. Y ahí estamos los dos, él en su antena mirándome por encima del hombro y yo en mi terraza con una taza de café en una mano y un Cámel en la otra. “¿Qué? Ya me tienes aquí, pajarraco. ¿Ahora no vas a decir nada, payaso?” Él suelta un canto desafinado mirando a otra parte. “No sé de dónde te vendrá esa altivez pajarraco negro y feo, pero tienes un serio desajuste de autoestima” El pájaro picotea la antena haciéndose el distraído. Intento ganar su atención con un tema que pueda ser de su interés. “Sabes, dice mi amigo Antonio que han visto jabalís campando a sus anchas por La Diagonal y que la primavera en cuatro días ha dejado su calle con más maleza que Chernobyl… La naturaleza todopoderosa, ¿eh?” Otro trino agudo que salta triunfante de su pecho y rebota en todos los muros de la calle y se aleja cada vez más pequeño, más delicado, como aquellas piedras planas que hacíamos ranear en el río. El pájaro está orgulloso de su canto y me imagino que también de pertenecer a esa élite de servicios esenciales. “Oye se podría saber por qué desde que empezó la cuarentena cantas más alto.” El pájaro me mira con condescendencia y menea lentamente la cabeza a los lados. “Claro que lo he pensado, no soy imbécil. Ya sé que el silencio de las calles desiertas podría ser el responsable de la diferencia, pero nadie podrá convencerme de que tú además te aprovechas, te gustas y cantas más alto. No, no estoy loco. No me mires así.” El pájaro se despereza con un estiramiento de alas. Es su forma de decir: me aburres. Si no estoy rápido se va largar como todos los días. “Sabes, ayer pensaba que el ruido es como la energía, que no se crea ni se destruye, solo se trasforma. Y pensaba que el ruido que falta en las calles necesariamente tiene que estar en otra parte, pero dónde.” El pájaro pega un grito ofendido. “No, no lo digo por ti hombre. No te me ofendas. Bueno, pues estuve toda la tarde con esa tontería, pensando dónde coños estaría el ruido que falta en las calles. Y al final lo descubrí. El ruido que falta en las calles está en las redes sociales. Hemos digitalizado el ruido y hemos convertido los grupos de whasaps en atronadoras selvas urbanas. ¿Somos o no somos la leche los humanos?” El pájaro levanta el vuelo y me deja con la palabra en la boca. Otro día que se me olvidó preguntarle por Leonor. El pájaro pinta un cuadro que se podría titular "Punto negro sobre fondo azul".