Hoy, aprovechando las sombras de la noche, me he atrevido ya a salir. Al volver una esquina- la de mi calle- me ha parecido, en la acera de enfrente, como a cincuenta metros, ver al virus; por lo que me he sobresaltado un tanto. De lo que sí hay que dar constancia es de que no se ve un solo borracho por la calle. Ni borracho, ni sobrio, bien es verdad. Ya de regreso, a la vuelta de la otra esquina- la opuesta a la de salida-, he visto una imagen harto sospechosa, de resfilón y momentánea, imaginándome inmediatamente de que se trataba del mismo virus en persona. Al instante, al descorrer un par de pasos, me he dado cuenta de que era mi propio reflejo en el escaparate de la zapatería del señor Alfredo. Haciendo una interpretación ciertamente mágica, pero no por ello menos necesaria; hay que poner rostro al enemigo, personalizarlo. Le he sacado un par de fotos a aquel reflejo y lo he colgado en las redes. Soy yo, con un albornoz blanco y una gorra de cuadros( estos días de encierro me están volviendo un excéntrico). El enemigo- he puesto a pie de foto.
Al ampliar la foto me he encontrado con otro virus al fondo. Sea como fuere, parece que le gustan las mujeres, pues, al menos a primera vista, semeja estar, dentro de la zapatería, beneficiándose a una señora. |