Aún visualizo a esos seres que proyectan sombras vertiginosas y escucho sus pasos mezclados con el sonido monocorde de las máquinas. En ese rectángulo grisáceo que es mi campo visual, se dibuja un muro anodino, blancuzco, neutro en su desnudez. Conservo una vaga noción de lo ocurrido, los síntomas y la irresponsable actitud mía al abrirme de brazos ante lo incierto y aguardar, como un Cristo crucificado esta absurda inmolación. Mi soledad, las noches ciegas en la indefinición de mis preguntas sordas, la repetición matemática de los días insaboros, sin lumbre, sin nadie, sin nada, un triste barco sin timón.
El peso de mi cuerpo lo intuyo vertical en este lecho impoluto, mis ojos entrecerrados oteando el bosquejo de existencia que persiste reflejada en los muros grises. Le mendigo a la máquina las burbujas de oxígeno que mis pulmones me niegan. El daño es invaluable y es posible que en algún momento esta tecnología se rinda ante lo inevitable. Soy un guiñapo triste olvidado en algún lugar misericordioso y ya en el umbral, vislumbrando a través de la fiebre jornadas limpias, azulosas, esos días mezquinados a la incertidumbre. Pero la ilusión no es más que eso y mi pensamiento adquiere densidades ígneas atizadas por la fiebre. Después de esto, ¿qué sucederá después de esto? Te recuerdo, en tu fuga acelerada, te empequeñeces y mis dedos agarrotados intentan perseguirte, eres y no eres, vestidos, latidos, una mancha ominosa como pabellón de mis desvaríos. Diviso tus labios mordaces sonriendo, jirones de amor, perros desgarrándolo todo, tu pecho inflamado de orgullo, pero el adiós, el adiós flameando desde entonces y para siempre, oscureciéndolo todo, apagando hasta las sombras de mis recuerdos. Apareces, desapareces y tu voz se confunde con la sordina gruesa de los instrumentos, el oxígeno, tu voz, cierro mis ojos, el dolor busca enclaves en mis huesos, desgarra mi carne, sombras, sólo sombras, me fui diluyendo hace años, hace tantos, me besas tú, ¿son tus labios? La agonía beneficia a los desdichados que yacen en los umbrales inimaginados de la nada, presiento tus manos, tu cuerpo, la cánula o las sombras, rieles finísimos que se extienden hacia el infinito, los tanteo con mis dedos ciegos, pero los sé suaves y musicales, presiento los arrullos del sueño, el abandono, una sombra, el ulular de una sirena o los desgarros de un grito, el atisbo, acaso un presentimiento, manos, voces que se apresuran, tambores apagados, mi cuerpo ingrávido, mi voz que es un suspiro y tú, extendiéndome tu mano acariciadora, reflejos, titilar de luces y sonidos que se van diluyendo en el difuso telón, un desgarro y este suspiro que me jala desde adentro hasta el confín de las sombras mientras un grito mecánico marca mi final.
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