La imagen de un médico con mascarilla, sudoroso, abrumado por el peso de la bola del mundo a sus espaldas.
Un velatorio , en una ciudad cualquiera , de cuatro personas que velan el cadáver de una madre muy devota que muere sin ceremonia religiosa, sin flores y sin casi acompañamiento por las severas normas impuestas por el temor al contagio del coronavirus.
Nuestros mayores, que sobrevivieron a la guerra y levantaron el país, mueren desamparados en las residencias geriátricas y hospitales sin el calor de los suyos.
Dependientes de las tiendas de alimentación exhaustos.
Policías que vigilan calles ,casi desiertas , a la caza del infractor.
Ciudades desiertas. Carreteras vacías. Iglesias y bares cerrados. No besos ni abrazos. Mascarillas y guantes. Metro de separación.
...Y solo la belleza de la primavera, indiferente a la pandemia, mitiga la tragedia.
El Valle ,como todos los años, nos obsequia con el esplendor de los cerezos en flor, allá tras la ventana, con promesas de un amanecer sin cadenas.