Aquella mañana el país parecía Portugal. Daba la impresión tal. Todo vacío y carreteras solitarias. Paré a echar combustible. Dentro, con las vueltas, en la bandeja- me refiero-, venía un vaso de plástico con café. No solamente hemos reducido la densidad de población, sino que la gente se ha vuelto de repente amable- pensé.
No hacía mucho que había estado de vacaciones allí- en tierras lusas. Y me habían llamado a la atención las dos circunstancias expuestas. Bastas llanuras solitarias intercaladas con tupidos montes y gentes amables por doquier. Quizá porque su lengua se preste. Esa forma dulce de hablar, con tal sonoridad.
Vamos que lo echaba ya en falta. Y de repente me lo encuentro aquí. Se acabaron los malos modos, y la racanería general. Ya que vamos a morir, hagámoslo con elegancia- podía ser el eslogan ante la situación.
Y es que no hay nada peor que la mentalidad de rico nuevo. Una mentalidad que nos estaba embargando. La casa, la conciencia y todo lo demás.
Hablo por la emisora con un compañero sobre la situación. Y lo más chocante es que me ha convencido.

-No esperes transformaciones positivas. Cuando todo esto acabe será peor.