A sus ochenta y tres años, de forma inesperada, Martín ha recibido un regalo muy especial que le colma de felicidad: un sonajero con forma de flor. Cada uno de sus cuatro pétalos tiene un color distinto: verde, rojo, azul y rosa.
A menudo, en las tardes de quietud extrema de Cevico de la Torre, cuando las horas se arrastran lentamente y el tiempo parece a punto de detenerse, Martín contempla, ensimismado, su recuperado, precioso sonajero. Se diría que su rostro extático es el reflejo perfecto del presente estático en el que su pueblo languidece.
Hace ochenta y tres años, unos cuantos meses menos, por ser precisos, Catalina Muñoz, vecina de Cevico de la Torre, madre de cuatro hijos, era fusilada por las tropas franquistas, tras haber sido declarada culpable de rebelión militar. Entre los cargos que sobre ella pesaban, todos considerados de máxima gravedad, figuraban: acudir a manifestaciones, dar vivas a Rusia y amenazar a la Guardia Civil.
Hoy, pensando en ella, pensando en su madre, a Martín se le ha escapado una lágrima, pero no sabría decir con certeza si se trata de una lágrima de tristeza, por tanto dolor acumulado, que se le viene de repente a la memoria, o de una lágrima de alegría, por haber recibido, a una edad tan avanzada, cuando ya nada esperaba, ese maravilloso regalo de una desconocida asociación de memoria histórica: ese sonajero que le permite sentir a su madre un poco más cerca, ese sonajero que ella guardaba en el bolsillo cuando fue asesinada.
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