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Inicio / Cuenteros Locales / Enrique_Orellana / Rompiendo moldes

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Por la mañana de un buen día, sin que ninguno supiera cómo y en qué momento, apareció una elegante casita en la comarca. Pronto los vecinos se amontonaron alrededor de aquella espléndida aparición. Los primeros se apoyaron sobre la cerca que la rodeaba observando cada detalle: «mira qué bonitas flores», decían unos; «esa madera debe de ser fina», decían otros refiriéndose al material de la que estaba construida.

Unos ruidos dentro de la casita hicieron que algunos aldeanos alargaran los cuellos para tratar de ver a través de las ventanas, pero nada en concreto se podía distinguir, sólo una sombra que caminaba con cierta parsimonia dentro del hogar.

Momentos después, la puerta principal rechinó y salió un hombrecito. Vestía un pantalón elegante, un saquito que le hacía juego y un jubón de seda, además de una bufanda alrededor del cuello y una pipa vacía que le daban un aire aristocrático. Mientras los vecinos murmuraban, el dueño de casa sin la menor perturbación tomó el objeto que tenía bajo el brazo y lo clavó encima del umbral de la puerta. Era un escudo de madera con un emblema tallado y en la que podía leerse: Israel Pomponseca de Rimbonseno y Tarantuelo, Escritor y Poeta. Luego de asegurarse que el escudo estuviera firme, se dio vuelta para ver a la concurrencia, los presentes se callaron a lo que Israel les hizo una venía y los vecinos devolvieron el saludo. Giró nuevamente y se adentró con un caminar de noble alcurnia y tras de sí cerró la puerta.

Los vecinos se fueron yendo de a pocos conforme la curiosidad se convertía en aburrimiento. Al final sólo quedó un pequeño que al haber leído Escritor y Poeta en el escudo motivó su curiosidad. Saltó la cerca y dio unos golpes a la puerta, no tardó mucho para que el dueño de casa la abriera.

—Señor… ¿Israel? —preguntó el pequeño con un poco de duda.
—El mismo —respondió Israel con cierto aire de superioridad—. ¿Cuál es tu razón, pequeño joven?
—Señor… ¿Es usted escritor y poeta?
Israel miró al jovencito con indulgencia y sin más le dijo:
—Pasa pequeño, hablemos dentro —e hizo un ademán de invitación.

El pequeño miró a un lado y a otro, admirado por la novedad de todo cuanto veía. Las paredes estaban adornadas con cuadros, los muebles de madera lucían lustrosos, había candelabros, platos de metal, hasta una cama bien tendida podía verse en el dormitorio por la puerta semiabierta.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Israel.
—Pipín, señor. Yo también escribo ¿sabe? Escribo poemas.
—¿Así? ¿Y desde cuándo?
—Bueno, desde hace un par de años. Mis amigos dicen que no lo hago mal.
—Tendría que leer algo de tu trabajo para juzgar por mí mismo —sentenció Israel con tono de poeta consumado.
—Aquí tengo uno que escribí para que un amigo se lo entregue a su novia.
Israel tomó el papel un poco arrugado que Pipín sacó de entre su camisa, y leyó:
Una lluvia de estrellas te adornaba
Cuando tu sinigual belleza admiraba
Aquella noche que te propuse a ti
Tú seas para mí como yo soy para ti.
La Luna fue nuestro testigo seguro
Cuando dijiste sí… Te lo juro.

—No está mal —dijo Israel con un asomo de desprecio—. Sin embargo, deberías tener más libertad en expresarte en un poema. Las reglas aprisionan; la métrica, la rima ya son cosas del pasado, ¡lo moderno es no seguirlas! —Israel exclamaba alzando la voz y elevando los puños. Luego tomó una pluma y un papel, por momentos se quedó pensativo y luego escribió sacando la punta de su lengua por la comisura de la boca. Al cabo de un rato algo había terminado, se lo entregó a Pipín y le dijo—: Mira y lee.

Pipín recibió la hoja y leyó en voz alta:
La noche era una mancha negra
Como tus ojos como tus pelos
Ho mi amor peluda diosa de la Negra
El si que me diste
Unio nuestras tripas y pulmones


Pipín se quedó mudo. Al principio se mordió los labios para impedir reírse, pero luego recordó el escudo colgado en el paramento exterior de la casa que decía Escritor y Poeta, volvió a ver los lujos dispuestos a su alrededor, luego miró a Israel tan aristocrático, y le asaltó la duda de que tal vez el poema recién escrito era una obra maestra y que no poseía los conocimientos modernos para admirarla. Al mismo tiempo recordó las felicitaciones que había recibido por parte de su querida maestra por ser aplicado en la gramática y en literatura y por todos los poemas que con orgullo se los mostraba. Pipín elevó sus ojos y miró con timidez a los de Israel.

—Me parece que hay unos errores gramaticales —dijo Pipín a media voz y rascándose la cabeza.
—¿Qué! ¿Gramática y ortografía! Aún sigues atado a las reglas.
—Sin reglas para escribir con palabras lo que uno siente ¿cómo sería entendido por otros?
—Aún sigues prisionero por las reglas, uno debe expresar lo que siente sin las malditas reglas. —Invadido por la cólera caminaba en círculos y sacudía la mano hacia arriba, de repente cogió un plato que se encontraba sobre el marco de la chimenea y exclamó—: ¡Un poeta debe romper moldes! —y tiró el plato contra el suelo para graficar con el recipiente destrozado lo que había sentenciado. Pero el plato no se rompió, por lo que tomó un jarrón y lo estrelló contra ese plato diciendo—: ¡Un escritor moderno rompe moldes! —Ciertamente el jarrón se hizo trizas pero el plato aún seguía intacto—. ¿Puedes entender eso? —Israel repetía la pregunta al tiempo que saltaba una y otra vez sobre el plato que no terminaba por romperse.

Pipín observaba atónito las actitudes violentas del poeta. Cuando reaccionó para decir algo, Israel tenía un pie sobre una silla, la rodilla flexionada y el plato entre sus manos el cual golpeaba insistentes veces contra su muslo en vanos intentos por quebrarlo.

—¡Señor Israel! ¡Señor Israel! ¡Cálmese por favor! El plato no se romperá porque es de metal.

El escritor y poeta recién cayó en cuenta de la razón por la cual no pudo graficar sus sentencias. Tiró por sobre su hombro el plato con tan mala suerte que rebotó en la pared y golpeó un segundo jarrón haciéndolo añicos.

—Mejor dejemos esta conversación para mañana —le dijo Israel a Pipín.
—Hasta mañana entonces, señor Israel.

Pipín se fue con muchas dudas, todo lo contrario a lo que esperaba. «Él es Escritor y Poeta eso dice el escudo por encima de su puerta», se decía sin lograr comprender la negación a las reglas de las que hablaba el señor Israel, pues todo ello iba en contra de lo que había aprendido sobre gramática y literatura.

Cuando Pipín llegó a su casa fue directo a su dormitorio para sacar de debajo de su cómoda una carpeta de cuero donde guardaba todos sus poemas que había escrito. Los revisó uno a uno, acarició con sus dedos las correcciones hechas por su profesora, cada coma, cada punto, cada tilde colocados acertadamente, y las notas escritas en los márgenes de puño y letra de su querida maestra Delapluma.

En lo que quedó del día, se hizo muchas preguntas sobre lo que había aprendido de poesía, de literatura, de gramática y de lo que había criticado con tanta gravedad el señor Israel. Así, de tanto pensar se quedó dormido.

Suele pasar que, después de un buen sueño reparador, las cosas se ven mejor, así le pasó a Pipín que esa mañana tanto su mente como sus ideas ya estaban claras y el ánimo sólidamente sostenido por los principios inculcados por su gran maestra Delapluma.

Llegada la tarde se dirigió a casa de Israel. Dio tres golpes a la puerta. Israel con parsimonia caminó y abrió la puerta. Se saludaron y una vez adentro…

—¿Está ya mejor, señor Israel? —preguntó Pipín en tono cordial.
—Bien —contestó Israel e hizo una pausa. Sostuvo su barbilla con una mano al tiempo que levantó ligeramente su rostro y se puso de perfil para darse un aire distinguido. Luego sentenció—: Habrás reflexionado después de lo de ayer.
—Bueno… sí —respondió Pipín con precaución y prosiguió—. Cuando uno escribe una fórmula matemática utiliza, además de los números, ciertos signos que podrán ser interpretados por otros, como la cruz para la suma, el guión para la sustracción, la equis para la multiplicación, los dos puntos con un guión en medio para la división, dos rayitas horizontales paralelas para indicar una igualdad, y así con los demás signos y operaciones. ¿No lo cree así, señor Israel?
—Sí, es correcto. Aunque debo confesar que nunca fui muy bueno en matemáticas.
—A pesar de ello, al menos podrá darse cuenta que si le escribo el número cuatro, a continuación un signo de suma, luego un dos, después un signo igual, y un seis al final, que aquello es una suma cuyo resultado es seis.
—Sí, me sería fácil de interpretar. Pero no sé a dónde quieres llegar con esta trivialidad.
—Lo que quiero decir —explicaba Pipín— que esta operación matemática podría ser interpretada de la misma manera por cualquiera en donde fuese —mientras decía todo esto, Pipín seguía con la mirada a Israel que no dejaba de caminar dentro de la sala—. Del mismo modo es la gramática, pues…

No pudo terminar su explicación porque Israel se detuvo en seco frente a Pipín con una mirada de severidad.

—¡Ajá! ¡Salió el gato de la bolsa! —dijo Israel algo molesto, doblando el codo y apuntando con el dedo índice al techo.
—No se enfade, señor Israel. Por favor, déjeme terminar.
—Bueno, continúa, pero sé breve que me estoy impacientando.
—¿Cómo sabrá el declamador de un poema, interpretar una pausa si no se coloca una coma? ¿O entonar el final de un verso si no termina en un punto? Del mismo modo pasa con el acento de las palabras. Sabana sin ninguna tilde significa llanura, mientras que sábana, con tilde en la primera vocal a, significa cada una de las telas con que se cubre una cama. La gramática es como un código semejante a la de matemáticas si no la utilizamos correctamente quien las lee no sabrá lo que quisimos escribir. ¿No lo cree usted, señor Israel?

Pero Israel no pudo soportar semejante razonamiento, y como un pinchazo a un globo inflado sus nervios hicieron ¡Plop! Y, enloquecido, empezó a buscar frenéticamente platos por todos lados y conforme los iba encontrando los lanzaba contra el suelo diciendo en cada acto: «¡Maldita sea! ¡Debemos romper los moldes!» Otras veces maldecía la gramática, y las comas, y las tildes. Israel estaba hecho una fiera irrefrenable. Pipín, se iba arrinconando en sus intentos por evadir las esquirlas, mas al ver la puerta del dormitorio pensó que, por el momento, sería el lugar más seguro hasta que Israel se calmara, o se cansara, o cuando se agotaran los platos a no ser que se las tomara con jarrones o cualquier vasija que en su mente representara un molde.

Al entrar, cerró la puerta tras de sí, caminó de espaldas sin dejar de observar la puerta hasta que tropezó con la cama y se cayó sentado sobre ésta. Volteó su mirada y observó una serie de papeles tirados sobre el cubrecama. Se dejó vencer por la curiosidad y se puso a leer los pliegos al tiempo que escuchaba los gritos de Israel. Unos documentos llamaron su atención, al parecer Israel era de la comarca de Pipín pues un pergamino tenía dibujado su rostro en el cual mencionaban a sus padres, también un lugar, una fecha de nacimiento y un nombre: Gruñi de Malaletra. «Así que se llama Gruñi y no Israel», se dijo en voz baja. Otros papeles daban cuenta que tenía grandes problemas en literatura y precisamente con su profesora Delapluma. «Ahora entiendo el origen de sus rabietas», se dijo para sí. En ese momento, Israel abrió la puerta del dormitorio de improviso y al ver a Pipín con sus secretos documentos en sus manos se quedó petrificado. Pipín se levantó sin decir una palabra, y mientras se retiraba le dio una mirada con gestos de decepción.

Al día siguiente, los vecinos estaban apiñados sobre la cerca, algunos miraban a través de las ventanas de la casa de Israel, que ahora sabemos se llamaba Gruñi, y murmuraban todo el tiempo sobre lo vacía que estaba el recinto. Pipín se acercó a los curiosos y preguntó qué pasaba.

—¿No sabes? —le dijo uno.
—¿Qué? —respondió Pipín extrañado.
—La casa del señor Israel está vacía, sólo quedan un montón de pedazos de porcelana, restos, al parecer, de jarrones y artículos semejantes.

Pipín no dijo nada, entendió que Gruñi se había marchado por la vergüenza de sentirse descubierto.

Texto agregado el 23-03-2020, y leído por 201 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
25-05-2020 Hola Elisa. No es autobiografía pero si está basado en uno de los relatos que escribió una periodista y lo presentó en una conferencia sobre narrativa. Según ella, esto fue lo que vio y es testigo de la existencia de una niña que escupía fuego. Sea cierto o no, yo convertí a esa niña en mi personaje principal del cuento. Gracias por comentar. EnriqueOrellana
21-05-2020 Es autobiografica? elisatab
29-04-2020 Que texto más entretenido,de lectura demasiado agradable y dando una lección excelente de como de deben tomar en cuenta las reglas de escritura... No se deben romper los moldes***** Todo tiene su forma y se debe respetar... Un fuerte abrazo. Victoria 6236013
23-03-2020 ¿Fábulas? Malísimas, han quedado en el pasado. Ya ni los nenes las quieren. ¿Fábulas para hacer entender a alguien una lección literaria? La peor decisión. eRRe
 
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