Este suceso real es de mis años de internamiento en el colegio de monjas. Tendríamos, todo lo más, 12 años.
Sería octubre y salimos a pedir con las huchas . Llegamos mis amigas y yo hasta la zona del recinto ferial, cerca del Parque de los pinos, cuando, ya atardeciendo, empezó a incordiarnos una pandilla de gamberros mayores que nosotros en tres o cuatro años.
Asustadísimas, empezamos a correr y entramos en un edificio que vimos con la puerta abierta para esquivarlos. Pero, para nuestra desgracia, los acosadores también entraron.
A toda velocidad nos montamos en el ascensor y les oíamos a ellos galopar escaleras arriba. Temíamos que parara el ascensor en cualquier planta y ver sus caras de sátiros, por lo que pulsábamos los botones frenéticamente.
Mi amiga Rosi, una niña muy tímida, se meó del miedo. De pronto vimos un charquito a sus pies. Recuerdo que reímos nerviosamente, angustiadas como estábamos por la grotesca situación.
Finalmente, decidimos salir y llamar a un piso.
Fue una señora , a la que contamos atropelladamente lo que sucedía, quien nos dio cobijo en su casa, hasta que imaginamos que los perseguidores se habían marchado, frustradas sus intenciones .
Nunca supimos si querían robarnos las huchas o qué.
No muy tranquilas, abandonamos el refugio y regresamos, ya anochecido al colegio, sin dejar de mirar atrás por temor a que nos persiguieran.
Esta historia, mezcla de terror y humor , siempre me vuelve a las mientes cuando en otoño veo a niños pidiendo con las huchas del Domund.
Aquel día Rosi se orinó por el miedo. Más tarde, cuando recordábamos aquella tarde de pesadilla, nos meábamos de risa reviviéndola.
Nota: aprovecho para denunciar a los desaprensivos que se divierten asustando niñas o haciendo cosas peores contra las mujeres.
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