LAS ACACIAS DE LA CALLE SAN ISIDRO 
	Santos Tobar 
Las acacias son mudos testigos de la vida del barrio, guardan historias increíbles entre sus troncos ásperos y torcidos, han visto crecer a varias generaciones de vecinos, algunos se fueron para siempre y otros vuelven a las casas paternas cargando nuevos retoños. 
Compañeras naturales de la lluvia y los adoquines de las viejas calles de Santiago, de veredas anchas y fachadas continúas, mamparas con pomos de bronce bruñido y puertas de maderas nobles. Las acacias pintan las estaciones en el barrio; amarillean las veredas en los fríos otoños, hace música el viento entre sus ramas desnudas en invierno, aroma el paisaje con sus flores blancas en primavera y en verano la sombra refresca la canícula estival. Testigo de miles de historias, de amores, y dolorosos juramentos tallados en su corteza, cómplice de algún beso robado a los quince años con arreboladas mejillas 
La calle de san Isidro nace en la avenida Bernardo O’Higgins y va hacia el sur por diez cuadras hasta avenida Matta, la mayoría son casas antiguas donde proliferan negocios de distinta índole ,  imprentas, bazares, y de tanto en tanto un restaurant con aroma a comida, vino y sudor. Frente a cada casa del lado poniente de la calle hay dos acacias ya adultas que dan frescura y color al paisaje, es justo entre dos de estas y ahí  en la esquina de san Isidro y la calle Root donde don Efraín Flores tenía su quiosco de diarios,  a metros el más antiguo bar del sector,  “El Torito” donde  iba todos los días a hacer la mañana con una malta con harina, en el barrio era un personaje  , conocía  la vida de todos sus vecinos, desde que heredo en una fecha perdida en el tiempo el quiosco y la clientela  fiel de padre don Gumersindo.  
Don Gume era un viejo ladino y bueno para contar historias increíbles que solo su hijo creía, a los doce años  contó a su hijo que las gárgolas que están sobre la casa justo frente al quiosco, antes se miraban de frente y que ahora se dan la espalda porque él las había hecho enojar , un día que subió a jugar al naipe con ellas  invento que la de la izquierda estaba haciendo trampa, desde entonces es que están enojadas y no se miran,  juraron que solo cuando el mundo se vaya a acabar volverán a mirarse.. 
Don Gumersindo cada vez que llegaba a su quiosco saludaba a las gárgolas diciendo “buenos días a los enemigos, ojalá les dure el enojo miles de años”. Contaba también el viejo suplementero que el año en que las gárgolas se enojaron, las acacias se llenaron de hojas negras y en primavera no florecieron, el dueño del “Torito “ ,  Don Cata” , se juraba testigo de este raro fenómeno.  
Al viejo suplementero un día decidió que ya era tiempo de retirarse y dejo como herencia el negocio a su hijo Efraín, ese quiosco fue testigo de gran parte de la historia de la ciudad, y en las portadas de los periódicos que colgaban de él la historia del país y del mundo  
Poco a poco el barrio fue cambiando con la ciudad, los vecinos y los árboles seguían envejeciendo, solo las gárgolas enemistadas por culpa de don gume seguían igual , una miraba hacia el sur y la otra al norte Efraín cada vez que las miraba sonreía al pensar sigan así por siglos para que el mundo no se acabe, el creía a pie juntillas lo que el ladino de su padre le había contado desde niño. 
Algunas acacias de la calle San isidro se habían secado y hasta caído,  lo que representaba un riesgo para los vecinos, el municipio decidió cambiar las mas dañadas y a las otras fumigarlas para que se recuperaran, las que estaban junto al quiosco de Efraín, como este las cuidaba no estaban dañadas así es que serían fumigadas el treinta de abril  en la tarde, al quiosquero no le afectaba porque el terminaba su labor poco después del mediodía, y al día siguiente era uno de mayo y no circulan los periódicos 
 tanto así que le municipalidad comenzó a preocuparse, y decidió que el día treinta de abril fumigaría las acacias de la calle san Isidro. A don Efraín no le afectaría pues el terminaba su labor a las dos de la tarde y se iba a su casa en la calle Carmen a pocas cuadras del quiosco y al día siguiente por ser uno de mayo los diarios no circularían. 
 El día dos de mayo el quiosco se abrió a las seis treinta, aun no aclaraba el día y don Efraín ya tenía los diarios compaginados y listos para entregarse, el “torito” aún no habría, Efraín  prendió un cigarro y al mirar el humo como subía , clavo su mirada en las acacias,  todas tenían  las hojas negras, un escalofrió recorrió su espalda , fijo su mirada en las gárgolas  se puso pálido,  le falto el aire, y lo último que vio fue a las gárgolas mirándose de frente y sonriendo.  
Cuando vino la ambulancia los paramédicos solo pudieron comprobar que el viejo suplementero había muerto de un ataque al corazón, cuando los vecinos consternados  se agruparon alrededor del cuerpo de don Efraín  junto al quiosco aun flotaba el aroma a creolina  y azufre , líquidos con los cuales la municipalidad había fumigado las acacias, la llovizna del dos de mayo de mil novecientos sesenta y cinco comenzaba a lavar las pocas hojas negras de la acacia, que estaba junto al  quiosco de diarios.  Aun en estos días las acacias de la calle san Isidro permanecen siendo testigo de las historias del barrio y marcando las estaciones con sus viejas ramas y las gárgolas de la casa de san isidro 376 aún se miran de frente.  
     
 
 
	Santostobar 
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