Hay familias que se reúnen solo en  matrimonios y funerales. La familia de  Marcela tiene esta costumbre. 
Desapegados , cordiales y distantes. No se extrañan, pero se alegran si llegan a verse. Disfrutan recordar las escasas experiencias juntos, siempre asociadas a la infancia ,con  una obligada y significativa referencia en común: la abuela  Selma, o la tía Selma para otros.  Viuda a los cuarenta y dos años, con cinco críos que alimentar,vestir y educar,   fue protagonista de una  historia de ñeque y resiliencia  femenina como tantas otras  que amontona  la historia nacional. 
 
Selma acaba de fallecer, a los 87 años.  Se fue sin agonías, como si su karma hubiese sido pagado a cabalidad .   Tres generaciones de parentela comienzan a reunirse en el velatorio.  Se saludan, se abrazan en silencio.  Algunos ofrendan   lágrimas discretas sobre  el ataud,  otros rehúsan acercarse para  recordarla siempre viva y los más jóvenes  se esfuerzan por  ignorar la insistencia de  sus mensajes de whatsapps.   
 
Marcela -sobrinanieta de la difunta-  llega a la Iglesia  con flores , una tarjeta de condolencias y  el recuerdo vívido de las  tardes en que junto a sus abuelos  visitaba  a Selma,  la que sin falta  los esperaba con empanadas, alfajores o  pan amasado.   Se  acerca al féretro, acomoda las flores  y  se asoma a ver  a la tía.  Le parece que descansa, que su cuerpo laxo se dejó ir sin  miedo ni resistencias.    No siente tristeza, pero una sensación extraña le oprime el pecho y la garganta. 
 
-Buen viaje, viejita  linda  -le dice sin hablar  - hasta pronto, te veo al otro lado.    
 
Se aleja del cajón y va hacia los asientos. Entre los concurrentes , traza una de ruta para los  saludos de rigor. Nota que hay caras nuevas, o distintas.  Las tías están más viejas, los tíos más gordos, las primas cambiaron de color de pelo o de parejas y  los sobrinos,  transmutados por la adolescencia,  le resultan  irreconocibles. 
 
Decide saludar por orden de ubicación, desde adelante hacia atrás.  Palabras breves, preguntas retóricas sobre sus vidas, “yo estoy bien y tu?”, abrazos más o menos apretados según el grado de cariño.  Llega hasta la ultima fila  y  ve a su  prima  Rosita, nieta de Selma. 
 
Rosita se ve afligida, viste de negro, los ojos irritados mirando al suelo, manos sobre el regazo apretando un paquete de pañuelos desechables. 
 
-  ¡Rosita, prima!  - Marcela la abraza antes de que Rosita se de cuenta quien se le ha lanzado encima  - que gusto encontrarte!...bueno, no en las mejores circunstancias...pero que alegría verte. ¿como estás? 
 
Rosita  se aleja del abrazo inesperado, algo sorprendida. Mira y reconoce a su prima. 
-  ¡Marcela!  ¡Marcelita!  - retoma el abrazo, se refugia en él por un momento, no dice nada, se le salen las lágrimas y un sollozo breve. 
 
- Prima...lo siento, pero tranquila, la tía ya tenía que irse. Estará bien. 
 
Rosita sale del abrazo,  se limpia la nariz y la cara, respira hondo y  recobra la compostura. 
 
- Lo sé prima, lo sé.  La mamita está descansando, pero no me convenzo...tú sabes que yo vivía con ella  ¿cierto?  .   Ella me recibió en su casa con los niños cuando me separé, y yo la cuidaba. 
 
Marcela se había enterado por otros parientes que a Rosita no le había ido bien en la vida de casada.   Decían que el marido era un fresco, que dejaba que ella mantuviera la casa, que  se aprovechaba de lo  habilosa  que era la Rosita para cocinar y  hacer negocios con eso, que era bueno para andar con los amigos y ni siquiera ayudaba a cuidar a los niños, pero que la Rosita estaba enamorada, tan lesa que era, tan habilosa y lesa que era.  Pero lo lesa se le acabó cuando una noche  de vuelta a casa lo encontró en una esquina besándose con otra mujer  y el enamoramiento  se  le fue al quinto infierno.  Al día siguiente agarró a sus chiquillos,  sus bártulos de cocina y se mandó a cambiar a la casa de la abuela  Selma.  
 
 -Algo escuché, prima. Oye, pero ha pasado tanto tiempo sin vernos,  ¿desde el casamiento de tu hermano tal vez?  Ufff!  . Salgamos un rato a conversar,  ¿te parece? 
 
A Rosita le vuelve el brillo de los ojos, asiente a la invitación como aceptando una travesura.  Sigilosamente salen de la Iglesia.  Afuera hay unas bancas de madera y un  jardín de pasto mullido y verde. Entre las bancas y el pasto, escogen el pasto y se sientan  distendidamente. 
 
- Es increíble lo poco que nos vemos, Marce, ¡viviendo en la misma ciudad! -  Rosita toma la mano de su prima,  siente alivio en el corazón, se conecta con recuerdos felices, complicidades de niñas -   No tenemos perdón...de hecho, creo que esta Iglesia es nuestro único punto de reunión.  Nos vemos cuando estamos tristes o cuando estamos  todos disfrazados de elegantes en los matrimonios...curiosa familia. 
 
- Si! Así es prima, pero en fin, cada quien anda en lo suyo, trabajo trabajo trabajo...es una brutalidad. 
 
- Bueno, como sea, si nos vemos poco  aprovechemos de ponernos al día .  Yo  no tengo mucho que contar. Sigo con mi negocio de colaciones y dulces, me va bien, adoro la cocina!. Los mellizos ya cumplieron 11, lindos mis chiquillos. Ahora están tristes por la mamita...pero pasará.  ¿Pareja? Noooo!   Solita estoy mejor...de vez en cuando una aventurilla, pero hasta ahí nomás...no estoy para  amargarme de nuevo.   Y tú, cuéntame. 
 
- Pues que te digo, Rosita,  estoy bien en general. También trabajando, hago clases de literatura en la universidad, soy asalariada...no tengo el valor de ser independiente como tú prima...pero no me quejo, tengo vacaciones y un par de bonos al año.  La  Marcelita ya tiene 18,  entró a la universidad. Nos cambiamos a un departamento en el centro, bastante cómodo.  Su papá se hace responsable de algunos gastos, asi que no me sale tan pesado. Eso, estoy bien. 
 
“Estoy bien”...Marcela se escucha a si misma. “ No me quejo...estoy bien”...  Inesperadamente, como un velo que cae, como una epifanía,  sus  palabras se vuelven un discurso plano,  insípido, injusto. Siente una leve nausea 
 
Sentada en el pasto junto a su prima y con el espíritu  de su vieja y entrañable tía flotando en el aire  la sensación de opresión en el pecho y la garganta tiene sentido.  Marcela se  cuestiona cómo y cuando comenzó a persuadirse a sí misma  de que  todo estaba bien . Cuando olvidó que desde hacía mucho  tiempo se sentía desadaptada al mundo, a las expectativas y a los estandares.    Cómo podía decirle a Rosita que estaba bien si, de hecho,  hay momentos en que   desea ser un personaje de cuento  -de alguna  de las obras que analiza junto a sus estudiantes -  una fantasía que pervive  acurrucada y segura en  las páginas de un libro pero que se asoma a la  vida cada vez que un lector  la lee, la analiza,  la degusta y  la atesora  para siempre en su memoria.   Cómo puede, con tanto cinismo,  decirle a su prima que está bien si hace años que no se desternilla de risa -   como lo hacían juntas  de niñas escondidas  bajo la mesa – ni se enamora, ni se enfurece, ni siente la presencia de los ángeles.   Todo es tibio y a medias tintas.  Categóricamente, no está bien.    
 
- ¿Te sientes bien prima?  - pregunta Rosita -  Te quedaste  demasiado pa’dentro… apuesto que te dió la pena por la mamita… 
 
- No, no te preocupes, solo me quedé pensando – Marcela vuelve al modo social, clara de que la conversación consigo misma  apenas comienza-  Oye, ¿vamos a tomarnos un cafecito?  En la calle de atrás de la Iglesia hay uno. 
 
Mientras caminan juntas hacia el  café,  Marcela piensa que  este quiebre existencial,  en este momento y lugar, no es casualidad ¿Acaso un desgarro de conciencia no es también un tipo de  muerte? .   
 
-Vaya!  viejita linda  -piensa y en silencio le habla a Selma donde quiera que  ella esté  - siempre fuiste sabia,  aconsejaste bien  a tu  prole,  supiste  que decir  y cómo decirlo...pero ahora, te luciste. Mensaje recibido. Gracias.  |