Aquel viento ondeaba su piel gitana
y de gitana no tenía nada.
Pero a mí, se me antojaba zíngara,
pese a sus ojos verdes
y su risa de paloma en arrullo.
La amé con lágrimas y páginas escritas.
Me amó, si es que me amó,
cuando ya era tarde. Demasiado tarde.
Cuando de brasas no quedaban
más que herrumbres viejas y olvidadas.
En horas vagas, recuerdo su piel gitana
que, de gitana, no tenía nada.
Texto agregado el 21-03-2020, y leído por 80
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