Personajes históricos: uno mismo.

Por lo menos en mi intrahistoria uno lo es; y muy principal. Nada más y nada menos que un testigo de primera mano de nuestra, también primera, globalizada, epidemia.
Qué decir de mí. La verdad es que bien poca cosa. Creo que lo sustancial girará en torno a lo que uno ha visto. Vivir para ver. Hay que ver- reitero- lo sorpresiva que es siempre la existencia. Por mucha imaginación que se le eche, al final acaba uno perplejo. Da igual el tiempo que le haya tocado vivir. El ser vivo es una máquina de recibir sorpresas.
El otro día, sin ir más lejos, abro la puerta de casa y me encuentro a mi mujer en la cama con otro.
Me acabas de sorprender- le dije. Por ese sólo hecho mereces mi total consideración- proseguí.
No llevaba la pistola. Estaba justamente en el cajón de la mesita que estaba usufructuando - en aquel momento- tal señor.
No lo conocía de nada. Gabelas de la gran ciudad. Por un momento pensé en acercarme al mueble y extraer el aparato. Para asustarlos, más que otra cosa. Hacer salir a aquel individuo al rellano de la escalera desnudo y descalzo o a medio vestir y calzar. Pero en el ínterin hubo una cosa que me hizo gracia, desviando mi anterior pensamiento, diluyéndolo al final.
Y es que el tío me contó un chiste.
- No es lo que parece- empezó.
Y siguió con una inverosímil historia. Historia inverosímil por la que él era un probador de muebles. En este caso camas- proseguía.
- Vaya, una nueva profesión- acabé yo por concluir.
- Sí señor, gabelas de la modernidad- contestó.
Pero lo que me dejó aturdido de remate fue que se allegó a la cocina y de su caja de herramientas extrajo un líquido blanquecino de un pulverizador, con el que engrasó el somier. Acto seguido botó sobre la cama, para rematar muy serio.
- Lo ve... Ya no chirría... Mucho mejor.