El olor de la vainilla
En las cuencas tropicales
Es siempre una delicia,
Aun cuando en ella azotan
Monzones y tempestades:
Su tierra mi piel roza;
Mi sexo se descontrola
Y caigo lentamente
Al vacío que me controla
La mente,
De la que pende
Lo que cordura me quedaba otrora.
La locura más insana
Se vuelve tentación
al hundir casi sórdidamente
mi lengua en un limón.
Ni siquiera de niño
Lamí alguna vez
Con tanta intrepidez
Los helados de verano,
Que, de la misma forma recuerdo
escurrían entre mis dedos,
y esta vez también, lentamente,
a lo mejor de tu verano,
de lo que yo veo y amo.
Sabores lunares que cambian en 28 días:
De lo más dulce y almidonado
A lo más ácido y a veces agrio.
Me bastaría insuficientemente,
De forma muy y poco satisfactoriamente,
Dejar crecer el limonero sobre mi boca
Para lamer el cielo,
Viendo por siempre sus hojas moverse al viento:
Sería, sin duda, un feliz panorama.