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PERSPECTIVAS DESDE UN BAR
(Narrativa breve)
Por Daniel O. Jobbel

A veces pasa. ¡Sí! ; liberar la imaginación es un discurso propio, una de tantas formas de perspectivas en la cual uno sucumbe, actividad que entretiene a algunos, aburre a otros.
Tomar ese café en un lugar previsto de antemano, en ese bar de siempre, tal vez la misma mesa, mientras juego con el sentido lógico de mirar al ventanal y limitar lo que se imagina, a la vez que suelo hacer insignificantes cortes de vista e indefinidas versiones de intérpretes que pasan detrás, sobre la vereda, o la calle, detrás del ventanal. Y Rosario lo tiene. Gente de toda índole, hasta algún perro, pájaro, gato, contar ventanas de abajo hacia arriba, sus colores, de izquierda a derecha, y las persianas bajas o altas, los neutros de la edificación. Todo en un par de minutos. Construir la biografía sintética y de seguro utópica de algún fulano, el cuerpo y el alma. No se nos ocurrió alguna vez, "mirá ese...". Los labios y las charlas, la sonrisa y la lengua, la pasión del corazón y la fineza de las puntas de algunos dedos. Sin pensar en la lástima, el dolor, el olvido, la tragedia, la alegría del sentido coherente de las cosas. Una delirante arbitrariedad de lo absurdo, solo en un par de minutos, mirando desde un ventanal de un bar, como si fuera el biotipo de un Dalí, uno pinta un paisaje surrealista a su manera, café en mano...
Mientras dentro el aroma a esa molienda se mezclan con otros olores, con ruidos a veces excesivos y el chamuyo de los parroquianos, ponerse a leer requiere esfuerzo, concentrarse; en alguna novela de Simone de Beauvoir, algo más latino Benedetti, tal vez más rupturista como Bolaño. Extremos. ¡Sí ! O fugarse por el ventanal. ¡Sí!, fugarse, podés, evadirte, andáte, rajá, irte. El verbo o la semántica que vos quieras. Dale nomás, vos metéte en ese viaje al extremo con su gente, sus veredas, parques, árboles, palomas, cloacas, alcantarillas, una lluvia, gotas que hacen panza, se hinchan hasta soltarse y estallan en el marco de la ventana agregaría Cortázar, y volvé con tu propia cabeza en la mano mientras traen el café. En los muchos años de bares y cafés al paso, los cuáles he pisado creo que ha sido lo mismo.
Al menos para mí. Un empedernido cafetero.
No crea usted inútil o excesiva la prolijidad con que describo acciones y reacciones. ¿O imagina tal vez que uno puede sentarse a la mesa de un bar sin haber llegado a la propia frontera con la nada? Quizás este loco ejercicio de imaginar perspectivas detrás del ventanal de un viejo bar, como en aquel entonces el 'Blanco', enfrente a la parada del trole, donde muchos han de hurgar la soledad compañera con un trago tras otro de vino o lo que sea, y descubrir sus propias miserias encajonadas en el misterio de esos rincones de la mente, referencia de problemas que no son más que la insoportable vivencia del 'ser'.
Para algunos es perder el tiempo. Un exquisito idiota calentado sillas. Desconcertado ante un revés tan imprevisto, descendí entonces al infierno de Dante y volví mi vista a los humildes, donde se abrían encuestas de ingenio y buen humor. Desde esa pibita utilizada para vender flores, refregándose los mocos con una de las manga. Al moreno que venía del puerto, con sus omóplatos cansados, a tomarse un respiro sin rezongo por una ginebra. Vuelvo al discurso de esas imágenes, debo confesar amigos, que acomodando un poco los tantos, mirando el espejo de la realidad de ese ayer, porque lo que estoy viendo no es más que un empedernido espejo de ella. Los espejos tienen ese efecto, de entrenador de vida, te da ánimo, te da coraje, te inyecta adrenalina y te hace repetir con ojos cerrados, ya estoy listo. Un loco ejercicio que mueve mis neuronas, las pocas y que mientras lo practiqué, junto a otras urgencias llegó a distraer y divertirme.
Y cuando estas últimas posibilidades fueran agotadas, logré cruzar los brazos y miré alrededor: sin duda, me hallaba en ese sitio, un día cualquiera, en aquellas amables mañanas pasajeras.
Ese sábado de otoño de los noventa y pico, estaba buscando al personaje que siempre se sentaba en la esquina frente al ventanal. Un tipo introvertido, para sacarle una palabra era como destapar un corcho, sin embargo con grandes historias. Sino preguntabas, no hablaba. A escasos metros de esa mesa que ocupaba esa persona estaba el mozo, y me trae el café de siempre. Un "¿te acuerdas de?"; saco el mozo como susurro de su boca. Intuí lo peor. "El viernes 7, Luisito, el jubilado del Correo ya no viene más, viste ..." ¿Por? dije con dudas, " se juntó por segunda vez con una mujer, a los 70..., lo tiene cortito..." ¡Casi me caigo de espaldas.! Inmediatamente mi estupidez humana salió a relucir una risa. Una alegría. Decirle a nuestro amigo de sillas y anécdotas
'¡Grande Luis...!', al momento que el café se enfriaba. Me reproché la fragilidad y la distracción y allí se pararon las palabras de inspiración y el trago del café se hizo dulzura.
En el bar de Pellegrini y Alem la vida siguió, pero no era lo mismo. La mañana siguió lluviosa, calurosa e inflexible como esos días de verano que uno no quisiera tener.-

Texto agregado el 12-03-2020, y leído por 87 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
13-03-2020 Está genial! Como nos inspiran esos bares a los porteños o a quienes pasaron la mayor parte de su vida en Bs. Aires! Son todo un reservorio de historias. Creo que porque no son tan comunes en otros países, además de nuestra ídiosincracia. Muy bueno. MujerDiosa
12-03-2020 Cada sector, persona, lugar, mesa, silla, etc es un verdadero cultivo de historias reales o ficticias. Comprendo la visión tan suya de este mundo utópico mucho más pico que uto. Me encantó aquella historia que cada cual tiene para relatar. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
 
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