Daba piruetas y piruetas en el centro del escenario. La música del piano le martilleaba la cabeza mientras se repetía mentalmente que tenía que hacerlo bien, que era su salida de aquel mundo de mierda que tanto la atormentaba. Y tomó más impulso, y dio otra vuelta, y otra, mientras recordaba que su hermano la había tocado durante la noche, sin su consentimiento, y ella, asqueada obviamente, le había dado un golpe. Y el recuerdo de ese momento justo le dio más energía, y tomo más impulso, y el baile siguió alrededor de ella, atrapada en su vorágine física y mental. Manchas blancas, rojas y negras se veían borrosas por todos lados, y ella cerro los ojos para no sentir las náuseas, la jaqueca, pero cuando los cerro recordó que a la mañana siguiente le había contado a su madre, y esta no le había creído.
- Son tus sueños de adolescente, hija –ni siquiera se había dignado a mirarla, solo replicaba sin creerle, porque era mujer, no decía la verdad nunca, la verdad no existía en las mujeres cuando se trataba de este tipo de situaciones de mierda que nos joden la vida a muchas mujeres y se quejan de nuestras formas de hacernos escuchar cuando somos ignoradas por nuestros padres-. Tus hormonas están vueltas locas, e imaginaron a tu hermano. Qué asco que sueñes eso, eres una puta.
Puta… Puta…
¿Por qué su hermano no podía ser un puto por lo que había hecho? La furia la recorrió, le dio ese golpe de energía que la hacía sentirse peor y salto a la derecha, abriendo las piernas todo lo que pudo, con odio, con furia, un salto contra el mundo de mierda. Ese mundo que la aplastaba, que no la dejaba florecer, dándole su espacio a alguien que solo ocupaba su espacio, no el de dos personas. Y odio nacer, odio ser mujer, se odio… ¡No debía odiarse! Ella no había hecho nada malo… Su hermano…
- ¡Puta madre! –grito.
El mundo se detuvo. La música paro, los bailarines la miraron con asombro. Ella no tuvo que hacer nada más. Sintió las cuchilladas en el estómago, el dolor de la muerte incomprensible, los gritos aterrados de los bailarines en su lugar, sin hacer nada, solo gritar. Y lo vio. A su hermano, con una capucha negra y un cuchillo, apuñalándola, mientras su madre la tomaba de los hombros para que no se moviera, mientras le decía en la oreja que era una puta, una desvergonzada. Y el mundo se cegó. Ella cayo en el suelo, con los ojos abiertos. La muerte ya la había aprisionado, ya no podía escapar.
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