Hay algo en nosotros que nos empuja a rechazar la vejez, a esconder las arrugas, a justificar los olvidos y a fijar la mirada sobre la belleza de la juventud que se nos presenta como la quimera para aferrarnos a la vida. Deambulamos como almas viejas buscando la pureza, como vampiros ocultos en la sombras mirando de lejos la luz, buscando graciosas apariciones humanas para poseer. Hastiados de rozarse hombro a hombro con almas cansadas en una eternidad irremediable.
Y es en ese instante donde comenzamos a ser los legendarios monstruos. Nos convertimos en abusadores de la sangre nueva, repitiendo una y otra vez el día en que se oscureció nuestro propio futuro, personificando al abusador que nos condenó a vivir entre las sombras. Y nos paramos frente a la sociedad orgullosos, erguidos sobre ambos pies, justificando un oscuro episodio de niñez como una decisión de voluntad libre y absoluta que determinó nuestra elección sexual. Nos resulta reparador que dejen de vernos como víctimas para ser admirados como loables defensores de la libertad sexual que nunca tuvimos.
Es por esto que hoy apelo a sus conciencias ¡Dejen a los adolescentes! ¡Dejen a los niños! Dejen que sean niños o niñas. Dejen que sean adolescentes.
Cada vez que los vestimos con prendas de vestir del sexo opuesto, estamos siendo abusadores. Si bien lo que vestimos no nos define sexualmente, si lo hace la exposición temprana a miradas y comentarios en su entorno. A los prejuicios irreflexivos de los zombis que no alcanzaron la claridad de su propia sexualidad. Los niños de un pasado abusado.
No es necesario desafiar el estándar de ‘normalidad’ en las apariencias para utilizarlos como bandera de tu lucha perdida. Son niños no símbolos de reivindicación. Vístelos para que ellos se puedan sentir parte e identificados con sus pares en la comunidad donde se estén desarrollando.
Cada vez que endosas su desarrollo afectivo y sexual a otras personas o instituciones, abrumado por la falta de tiempo, sobrepasado por tus propios traumas sexuales, los estas poniendo en las manos de potenciales abusadores. Existen tendencias mundiales que intentan imponer valores de minorías como si estos fuesen la ‘normalidad’ que define la mayoría.
Cada vez que les entregamos ilimitadas formas de expresar su sexualidad y no nos detenemos a pensar que ni siquiera hemos sido buenos entregándoles afectividad. Estamos siendo esos abusadores.
Cada vez que les mostramos, el acto sexual como una manifestación de la afectividad, a adolescentes que nunca han experimentando una atracción sexual pura, los inducimos a confundir el deseo sexual con la atracción natural que se puede experimentar por otros individuos, sean estos del mismo sexo o del sexo opuesto, estamos también siendo abusadores. No todos los adolescentes tienen los mismos tiempos para sentir la sexualidad pura.
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