Ayer compré cocaína en las orillas. No era para mí, aunque si así hubiese sido, da igual, yo no tendría problemas para admitirlo, hago cosas peores, como ser indiferente o ir a votar. Pero yo no consumo nada que termine en ina por una cuestión intelectual de lógica algebraica, es que esa acción, jamás puede aparejar resultados positivos. Sólo los idiotas consumen cocaína, nicotina, heroína, y en menor medida, cafeína. Nadie puede venir a justificarme lo contrario. Cualquiera que se tome medio segundo para pensar qué costos y qué beneficios trae aparejado aventurarse en el consumo de veneno, dos segundos antes de empezar a hacerlo, llegaría a la misma premisa. Incluso los adictos lo saben. Pero bueno, si por algo nos caracterizamos los seres humanos es por ser grandes idiotas, y yo también lo soy. No voy a pecar de vanidoso, soy borracho y manejo, y eso es mucho peor.
Orillamos el auto a los pies de una travesti y mi amigo le chistó y le dijo:
- Hola ma´ ¿Tenés merca?
- Si, papi.
- ¿Cuánto está?
- $500
Así terminó la operación y pude ver en ese instante a los ojos a la marginalidad. La cara de la desigualdad, como respiraba y exhalaba ella, en las orillas de la sociedad, en las afueras de la ley, todo el miedo de la noche y sin poder jamás acostumbrarse. Miedo a que la violen, miedo a que la maten, como tantas veces pasa. Miedo a ir a la cárcel, por venderle al juez. Era ella la encargada de esa tarea, sola en la noche, es que pocos le darían otra. ¿Dónde estaban las instituciones? Yo ya lo sé. Estaban juzgándolas en una misa, exigiendo su tajada en un patrullero o esperándola para ficharla en alguna comisaría. Es así y a pocos les importa. Ellas son chistes corrientes en las oficinas. Se las consume por las noches y se las bastardea de día. Es ésta la realidad, es ésta la vida en las orillas, es ésta en carne y piel, la injusticia.
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