Estaba atravesando un periodo de escasa creatividad, cuando me di con el martillo en un dedo. Así debió de nacer la música; más concretamente la ópera. Desde la cocina se escuchaban mis arpegios, que talmente zarzuela parecían. Y digo zarzuela, porque, ópera, ópera, tampoco me atrevería a llamarla. Dentro del género chico sí me atrevo a ubicarla.
El caso es que me aliviaba bastante entregarme a aquellos acompañamientos musicales con gesticulación incluida. En cinco minutos me sentí confortado; cosa que, estoy convencido, no se hubiera logrado sin aquella diletancia sonora.
Luego puse el dedo bajo el agua y en diez minutos dejó de latir como si alojara el mismo corazón aquel apéndice tumefacto. Cada vez que oigo el percutir de alguna maquinaria me viene a la memoria aquella rapsodia vespertina.
El caso es que me sustrajo del anonadamiento en que ve veía inmerso desde hacía una larga temporada. Desde entonces el martillo ha tenido para uno connotaciones positivas.
Vladímir Ilich Uliánov
Lenin.