Dicen que los gnomos son unos seres pequeños, esquivos y un poquito malhumorados. Yo conocí uno. Antes de ello, incluso en mi cabeza, lo imaginé en su fisonomía: Tendría gorrito azul, pantalón amarillo con un gran cinturón de hebilla ancha, y así resultó.
Lo conocí una noche. Fue al percibir un chasquido que provenía de un determinado lugar, bajo la madera del piso en mi cuarto. Me incorporé de la cama calladita, fui por un martillo y ¡zaz! con un certero jalón alcé la tabla y… ¡Ahí estaba!. En un comienzo el pobrecillo tiritó asustado, luego corrió a esconderse en un rincón.
No temas — le dije bajito — ya te he visto antes. Me miró incrédulo. Sí — agregué — te vi de reojo correteando en mi habitación, jugabas con tus hermanos. En un momento pensé que eras un sueño, pero a la mañana siguiente encontré tu gorrito enredado en mis juguetes. Lo dejé ahí. Volviste por él de noche.
— Sí, lo recuerdo. Me dijo con voz rasposa como lengua de gato. Luego preguntó: ¿Entonces, no me harás daño?
No — respondí — quiero ser tu amiga.
Así inició nuestra amistad con Emmanuel — ese es su nombre — Al cabo del tiempo conocí a sus hermanos. Ellos me cuentan que se burlan y ríen mucho a costa del pobre, porque tiene una nariz enorme que parece bola de goma rojiza. Encima está panzón, ya que es muy comilón. Me cuentan que es tan goloso que de noche su madre le pone un cascabel metálico — sustraído con extraños artilugios desde el cuello de un gato — y que, gracias a su tintineo, lo descubren cada vez que quiere acercarse a la despensa, ¡¡Aun cuando lo intenta caminando de puntillas!!. Nos reímos mucho tras imaginar la escena; sus canillas flaquitas, su panza gordita. Emmanuel se abochorna, después sonríe. Es como un niño travieso.
Sé que le gusta cazar mariposas. Tiene la fijación de colgarse en sus alas y volar bien alto, pero hasta ahora no ha encontrado ninguna lo suficientemente fuerte para sostenerlo.
Pasan los meses. Emmanuel viene a verme seguido, a veces solo, a veces con sus hermanos. Reímos bajito de sus travesuras y me hace morisquetas con su cara divertida. También mueve sus orejas puntiagudas de arriba abajo, de un lado al otro. Me está enseñando, pero por más esfuerzo que pongo no lo consigo.
En ocasiones compartimos una galleta y se queda hasta que me duermo. Es mi amigo ¡¡Lo quiero tanto!!.
Le conté a mi madre de él. Me castigó por decir mentiras. A él también lo castigó su madre, por entablar amistad con un humano. Así los dos castigados tenemos más tiempo para charlar. Él del mundo de los gnomos, yo del mundo de afuera, ese que llaman real.
Hoy, jugando en el jardín, de pronto se nos acerca un gran pájaro que agarra a Emmanuel desprevenido por la espalda. Yo di un enorme grito de terror. Emmanuel, en cambio, con su voz rasposa como lengua de gato, sólo repite alegre; mariposa-mariposa y de un salto se acomoda a gusto entre las garras del animal, luego agita su pequeña manita en signo de despedida. Mira a mis ojos, ve mis lágrimas: no llores, no llores amiga ¡Me elevo! Estoy tan feliz, dice, mientras me sonríe un adiós a la distancia.
El ave entierra sus garras, asegurando la presa. Su gorrito cae, mi corazón se rompe, mi Emmanuel se eleva, se eleva...
Los gnomos existen, mira, aún guardo su gorrito. Yo lo espero, a ver si algún día lo extraña y por él regresa.
M.D
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