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ESPIRITUS

EL BOSQUE DE LOS SUSPIROS

Era una noche cualquiera en el Bosque de los Suspiros, o por lo menos, es lo que todos los espíritus pensaban. Todo mantenía su ritmo natural: en el cielo, de un azul marfil, se enroscaban los mismos espirales violetas y amarillos de siempre, con destellos anaranjados de vez en cuando. Tal vez hacía un poco más de brisa de lo normal, pero además de balancear las puntas de los árboles como alfileres en el aire, este sutil fenómeno no anunciaba nada más.
Ivory soñaba a miles de lunas de aquella habitación de una sola ventana, custodiada por no más que miles de libros; apretujados pero quietos, éstos se enfilaban en las paredes cubiertas de anaqueles. Uno sólo se estiraba con todas sus páginas abiertas, la mismísima brisa de los pinos hacía que se balancearan, tal como el pelo corto y castaño claro de Ivory, cayendo despreocupadamente sobre la frente del libro. Pero este no era cualquier libro, era el único en varias leguas que estaba al corriente de las grandes cosas que estaban por suceder.
Ivory se enroscaba sobre la madera que le servía como cama, nada de colchas sólo una sábana, le era mucho más cómodo dormir simplemente sobre la superficie tosca, dura y plena de la madera. Después de todo, no era una idea tan absurda, nada en aquel lugar podría serlo, el Bosque de los Suspiros estaba hecho de corrientes fenómenos inusuales.
Sin embargo, algo se traía en manos aquel viento, algún fenómeno que, más que extraño, se empezaba a notar: por la ventana, haciéndose cada vez más visible, una mezcla negra escarlata se fundía en los espirales morados y amarillos.
Luego de varios segundos un fino humo comenzó a colarse sigilosamente por el hueco de la ventana. Acercándose cuidadosamente hasta Ivory. Primero le topó ligeramente los pies, lo que no le causó más que un estremecimiento; la segunda vez, Ivory se espantó, sentándose despierta sobre la cama, sobresaltada. De repente empezó a diluirse, a hundirse en su colchón de tablas. Aterrorizada mientras era tragada, se aferraba a las sábanas y a la maderas mientras mitad de su cuerpo ya estaba del otro lado del suelo. Finalmente, y con gran rapidez, se coló como una gota de agua hasta el segundo piso (una sala llena de artefactos químicos de colores fosforescentes y desde donde se veía la escalera en espiral que llevaba al cuarto de Ivory) para seguir a toda prisa diluyéndose hasta el primero y caer de bruces sobre el suelo de tierra. En este primer piso sólo había un fueguillo que iluminaba débilmente el principio de la escalera encaracolada, desde una esquina Ivory creyó ver salir una figura cubierta por una capa verde oscura, se acercaba corriendo hasta ella.
- ¡Rebus!- gritó Ivory
- ¡Vamos nos! – exclamó agitada una voz, cogiendo a la niña como pudo entre sus brazos.
En aquel mismo instante, un viento enorme empezó a soplar en la misma dirección que ellos. Salieron a un traspatio y continuaron corriendo por el bosque oscuro hasta que Rebus se detuvo, hincándose frente a ella.
- Toma Ivory, ¿sabes lo que es?
Ivory asintió con la cabeza.
- No lo pierdas. Ahora corre, ¡no te detengas!
- ¿Qué es todo esto?
- Después te explico. ¡Corre! No dejes que te alcancen…
Ivory empezó a correr, la brisa le congelaba los huesos, pegándole el fino vestido hacia delante tal como si fuese un paraguas. Después de varios metros volvió el rostro hacia atrás. Rebus caminaba hacia el viento, hundiéndose en el suelo.
Un sin número de truenos empezaron a retumbar en el cielo, Ivory salió disparada hacia al otro lado, traspasó con sus pies una raíz de árbol en la que normalmente se hubiese tropezado y continuó agitada hasta un nuevo remanso del bosque.
Empezó a llover, pero no esa lluvia transparente a la que estamos acostumbrados, para los espíritus la lluvia era de un azul marfil, ellos podían observar cómo los espirales del cielo se exprimían cuando estaban sobrecargados de humedad, dando lugar a aquella lluvia. Ivory estaba cansada, veía las gotitas caer en la palma de su mano. Entonces otro acontecimiento, también extraño para ella, sucedió: una de las gotas parecía abrir un par de alas, parecía realmente como si un capullo se estuviese abriendo, pero lo que fue a parar en la palma de Ivory fue un diminuto caballo, abobado, estornudaba. Colgaba del pequeño par de alitas, pero al darse cuenta de que Ivory le observaba extrañada huyó, escondiéndose.
Estar sola en aquél lugar y para colmo en aquella situación… Ivory tuvo ganas de sentarse a llorar ahí mismo, pero se llevó el puño al pecho, endureció las facciones y prosiguió. Entró en un nuevo remanso lleno de flores gigantescas que le llegaban a la cintura. Un poco más allá, en algún lugar, se veían destellos de luz. Por instinto, Ivory continuó en aquella dirección, minutos después volteó el rostro: ya no le era posible distinguir la niebla negra escarlata. Atenta a que no pudiese verla por ningún lado siguió caminando de espaldas, se asustó al resquebrajar unas ramas que estaban tiradas por el suelo, giró otra vez: algo le decía que la niebla había cambiado de curso.
Esto la alivió, prosiguió cuidadosamente, saltando aquí y allá en las imperfecciones del camino. Se resbaló al pisar una camada de flores, pues éstas se desbarataron, tal como si estuviesen hechas de pintura. Tan pronto como quitó los pies de las mismas, volvieron desganadamente a su estado natural. Extrañada, siguió, observando que tal como los árboles del Bosque de los Suspiros, la corteza de los que ahora les rodeaban eran sumamente hermosas, recubiertas de lo que quizás para los seres humanos parecieran exquisitas joyas, con hojas de un verde azul tornasolado.
Alguna ave molesta la sorprendió con un quejido estridente, Ivory observó las copas de los árboles buscándola, sin miedo pero con precaución. Descubrió finalmente de donde provenía la luz: una flor, más grande y aún más hermosa que las demás, emanaba suavemente gotas de luz que, al llegar a una altura determinada, explotaban, despejándose con la brisa. Aquel lugar estaba repleto de flores de gran tamaño, Ivory aprovechó aquella estancia a la vez luminosa, tranquila y acogedora, se subió sobre una de estas flores, se acomodó en una especie de cuna, y cayó rendida en un profundo sueño.








DRAKOS
LA EXCELSA DINASTIA DE LOS GALERAN

El sol se había esmerado aquella mañana, unos intensos rayos penetraban a toda potencia por todos los agujeros de las ramas. Ivory abrió los ojos perezosamente, pero no adivinaba qué criatura tan curiosa la observaba desde tan cerca que su hocico húmedo le resbala en la nariz. Tan pronto como logró enfocar bien le pareció una especie de dragón, diminuto y con dos largos bigotes, postura graciosa, sin dejar de portar cierto estilo serio.
- ¡Drakos! – exclamó Ivory entusiasmada, poniéndose de pie y observando al extraño dragón detenidamente. La pequeña criatura mística parecía estar acostumbrada a causar tales impresiones, no dándole mucha importancia a la curiosidad de Ivory, por lo menos no hasta que aquella osó en toparle con la puntilla de los dedos.
- Ah no no no, NO TOQUES… - aclaró aquel. Ivory pudo notar cierto sonrojo en el lugar donde antes punchara a la criatura.
- Pero perteneces a los drakos, ¿no?
- ¡Patientia! ¡Patientia haediliaae!... Latín, no lo conoces, sólo olvídalo. Mi nombre es Dakova, decimoquinto en la tercera esfera de la nueva generación de los últimos cincuenta siglos de la ilustrísima dinastía Galeran, emparentada con los dragones Shen-lung y Ti-lung, supongo que tendrás conocimiento de ellos.
Ivory negó distraída con la cabeza.
- Pues deberías leer un poco más, pequeña, podría apostar a que ni siquiera sabes que clase de espíritu eres.
- ¿Cómo lo sabes? – Ivory volvía a tener interés en la conversación.
- Cómo lo sé, cómo lo sé, cómo lo sé – repitió Dakova, mofándose de ella mientras buscaba algún polen que comer. Se agachó ante una de aquellas flores gigantescas, moviendo la cola atractivamente, esto es, para halarla. Ivory no pudo contenerse, sosteniéndola nuevamente entre las puntillas de los dedos. – Pues está escrito por toda tu frente, niña.
Dakova se volteó entonces, todo su color, que antes era de un azul pálido, había cambiado a un rosa claro. Ivory no pudo aguantar la risa. En un principio no se daba cuenta, pero después Dakova empezó a soplarse vergonzosamente por todos lados hasta volver a adquirir el masculino color azul.
- Pero… ¡¿qué te dije niña?! ¡No me toques! ¿Es mucho pedir?
Ivory dejó de hacerle caso, ahora observaba una hermosa mariposa a través de una gota de lluvia que todavía colgaba de una de las hojas. Esta mariposa volvió a emprender el vuelo, dando a relucir tres pares de alas por cada par normal, cada uno más bello que el otro.
- Oye, niña – dice Dakova, saliendo desde detrás de unas hojas.
- Es Ivory.
- Ivory, ¿Ivory? – repitió, en tono de desagrado. – Que nombre tan… raro.
- Y tú, ¿tienes otro nombre? – preguntó Ivory distraída, mientras seguía caminando por el bosque.
- Daedalius.
Continuaron caminando. Ivory iba tan de prisa que Dakova se vio en la necesidad de sacar un par de alas y echarse a volar.
- Daedaliues...
- Daedalius, pero para ti es Dakova.
- OK Dakova.
- OK Ivory.

Ivory volvía a írsele lejos, entretenida observando tantas flores extrañas, en particular una roja y esponjosa, que se hundía con el tacto. Ya no le prestaba ninguna atención a Dakova, asunto que a éste le incomodaba.
- Bueno, ya niña… Ivory…. O como sea que te llames… ¿Estás perdida? ¿Te sientes sola? ¿Buscas a alguien llamado Rebus? ¡Ah! Sabía que eso llamaría tu atención.
- ¿Dónde está? ¿Lo conoces?
- Claro – dijo Dakova, quitándose con las garritas un par de pelusillas que se habían pegado a su cuerpo escamado. – Es un largo camino… pero no te preocupes, se fue a un lugar mejor…
No había terminado de decir aquellas palabras cuando una rama le azotó las nalgas.
- ¡AOUCH! Está bien, está bien…
- ¿Qué está bien?
- El está bien.
- ¿Rebus?
- Sí, Rebus.
A Ivory se le iluminó el rostro de felicidad.
- ¿Dónde está?
- Sígueme princesa – dijo Dakova, mientras abría nuevamente sus alas. – Y no vuelvas a molestar a las shertzas rojas.
Ivory miró hacia atrás, aquellas flores se encogían rápidamente, hasta perderse en la tierra, sin dejar rastro de su corta existencia.

(A continuar, tercer capítulo: Un recorrido por el Hipogeo).

Texto agregado el 01-10-2004, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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