No conocía la palabra.
Estaba en un grupo de literatura, cuando el profesor, les dio unas cajitas para olfatear su contenido, y así inhalando y cerrando los ojos, escribiera lo que iba surgiendo.
Todos pusieron manos a la escritura.
Y ella se quede pensando.
¿A qué olía ese frasquito que sostenía entre sus manos?
Lejanos recuerdos del pasado, pero nada del aquí y ahora. ¿O al revés?
Por supuesto que el aroma perturbaba sus narinas. Quería asomar la nariz al de su compañera, pero ella lo apartó en forma rápida.
Todos escribían, sentados en sus pupitres, como en la escuela secundaria. Eso si lo recordaba bien. Sentados con uniforme con medias azules, sin mucho bullicio, sin hablar con sus compañeros.
Es que había sido muy tímida. Apenas si cuando mencionaban su apellido musitaba un presente angustiado y quedo.
Iba a una escuela pública, y sus padres eran muy pobres. Sus medias gastadas con agujeros, y su uniforme siempre regalado. Su progenitor padre asistía a un comedor popular. Su mama y ella se arreglaban con un puchero una vez por semana.
Su papa se ponía papeles de diario en los pies y en el torso, para no tener frío en invierno.
Y los inviernos eran muy crudos en Villa del Parque.
Un día toco la puerta de su nuestra casa que era alquilada a un señor que, una señora muy distinguida. Tenía una bolsa que me dio en la mano.
Había pullóveres, botas, zapatos, medias de lana, guantes. Todo tenía un olor muy particular.
Allí aprendí ola palabra misericordia, y así olía la cajita que le dio el profesor, aquel día de su adolescencia.
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