Algunos lo acusaban de frivolidad, los más allegados inclusive arriesgaban catalogándolo de soberbio, también impasible fue otro de los adjetivos que figuraban en los comentarios sobre sus creaciones.
Siempre anhelaba recibir críticas, aún las adversas, pues eran esas las que más lo incitaban a proseguir, más de una vez trató de responderlas y las reacciones fueron difíciles de digerir.
Tenía un manera de decir su verdad, era esa su forma de mostrarse, no respetaba leyes ortográficas ni sistemas de conducta literaria, su lema era uno, fijo e inamovible, ser directo, sin ninguna clase de escrúpulos, todo claro, abierto, nada de doble interpretación, a carne viva, a decir de sus colegas de la pluma.
Hasta que un día gris ocultó el sol a su musa, aunque él nunca confesó tenerla, ni siquiera cerca, es más, consideraba lunáticos a los poetas o escritores que aseguraban poseer la suya.
Todo dejó de ser lo que era... las vírgenes hojas, sedientas de tinta, lloraban en silencio…
El aventurero se convirtió en desertor.
Sus días fueron solo noches.
Una única estación gobernaba su contorno, un otoño que arrasaba todos sus árboles.
Y el cruel reloj del tiempo continuó señalando horas y minutos…
Mucho fuego...pocas cenizas…el recuerdo sólo subsiste de aquél que una vez quiso ser alguien.
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