¿Cómo puede contener tanto terror la mente de una persona?
Abril, 1960.
El paciente está sentado ante mí. Coincidimos en estatura, también en edad. Sin embargo, existimos en realidades tan distintas.
Leo su historial, él espera respetuoso. De pronto se agita. Alzo la vista y veo el pánico aflorando desde la oscuridad de sus desorbitadas pupilas. Su voz tropieza, jadea, gesticula. Comienza a hablar. Poco a poco, con sus palabras, me arrastra a su pavoroso mundo de tinieblas…
Es el demonio – dice– me entró en el cuerpo. No me deja descansar. Él sabe todo lo que hago, me vigila, entra en mis pensamientos, me grita. Dice que estoy maldito, que debo morir. Conoce mis pecados, me castiga por ellos.
El paciente se levanta. Con sus manos firmemente empuñadas extiende sus brazos ante mis ojos. Me insta a que lo observe con detenimiento. Desde su escasa lucidez señala que su piel se agrieta, que por ella no fluye sangre sino excremento. Mire, mire – insiste– Yo solo veo las muchas cicatrices de su autoflagelación. Hace arcadas, dice que siente el olor a pestilencia y hasta su repulsiva composición.
La imagen me perturba, me siento asqueado. Mi boca saliva preparando una descarga, percibo la náusea, invasiva, ascendiendo hasta mi garganta.
El hombre se desploma en el asiento, luego se retuerce impotente. Sus manos crispadas se enredan en su cabello intentando desgarrar las ideas que azotan sin piedad su mente. Mi oficio no me permite demostrar mayor emoción, tampoco me impide sentirla. Me compadezco ante su desesperanza y casi nula posibilidad de sanación. Tiene mi edad y está encerrado. Prisionero indefectible de su dolor y sus miedos.
Llego a casa, estudio el caso hasta la madrugada. Tiene mi edad, me repito. Debo hacer algo para apaciguar su alma.
Apenas inicia la mañana me llaman de urgencia. Finalmente, el paciente está en calma. Se ha suicidado.
Me doblega el dolor.
¡¡No, no , no!! - me desespero – y es que es tan triste la respuesta; No. La mente no puede contener tanto terror.
M.D
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