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Una tarde, después de haber salido del trabajo, Estay caminó rumbo a su casa sin pensar en nada extraordinario de lo que pudiera recordar. Iba como ensimismado y sin prestar mucha atención a su entorno a diferencia de lo que le ocurría frecuentemente, esto es, que no podía abstraerse de
personas, objetos, el color de las casas, un perro o el número de baldosas de una calle. Pero en esta ocasión era claramente diferente e iba por lo tanto tranquilo, extrañamiento tranquilo diría después.
Faltaban algunas cuadras para llegar a su hogar y como no tenía apuros, no apuró el tranco sino que se fue a un paso cansino. Se sentía incluso relajado al andar y esto se reflejaba en una postura suelta y en una cabeza enhiesta.
Ya había olvidado, dejado en un segundo plano su conversación con Abelardo Lutz e incluso había pensado que jamás volvería a tener noticias de él. Pero se equivocaba pues aquel se había transformado sin quererlo en su sombra, en su perseguidor.
"Que mal he gastado mi dinero", se dijo, pero lejos de recriminarse lo
tomó hasta con humor y recordando gastos anteriores y compra de baratijas sin sentido, lo dejó pasar pensando que a fin de mes recuperaría el dinero con algunos trabajos extras.
En esto estaba cuando junto a él se detuvo una patrulla de la policía de la cual bajaron con gran barullo varios funcionarios que lo arrinconaron contra la pared y le exigieron con cierta energía desmedida la entrega de su documentación personal.
"Oficiales, disculpen de que se trata todo esto", atinó a decir
"Usted cállese y entregue sus documentos", le dijo uno de ellos.
Atemorizado por la fuerza con la que hablaban, les entregó su cédula de identidad a uno que corrió con la credencial hacia el carro donde esperaba otro que estaba con contacto con la central de comunicaciones de la policía.
Estay, escuchó que pronunciaban su nombre y su número de identidad, mientras que desde el otro lado otro policía le informaba que no era de la ciudad, lo cual despertó las sospechas de los guardias.
"Usted no es de la ciudad, se pueda saber que hace acá", le dijo uno de los policías, un tipo alto y fornido quien creyendo que tenía al sospechoso llevó sus manos hacia donde tenía las esposas listo para sacarlas.
Estay se apresuró a comentarles que era periodista y que conocía al jefe policial de la ciudad, lo que despertó la incredulidad de aquellos.
"Por favor llamen a su jefe y denles mi nombre, les aseguro que somos amigos", comentó pegado a la pared sintiendo la mirada torva de uno de los funcionarios.
Uno de ellos, aceptó comunicarse con la autoridad policial, quien desde el otro lado del teléfono confirmó que conocía a Artur Estay.
Los carabineros lo miraron y uno de ellos le explicó que buscaban a un tipo que había asaltado a una anciana a la que había robado su cartera.
"Déjeme decirle que el delincuente fue identificado como delgado alto pelo negro y vestía un abrigo de color café como el que lleva usted puesto y bueno su biotipo concuerda con ese antisocial. Perdone puede seguir su camino".
La patrulla se alejó rápidamente mientras Estay comenzaba a caviar lo que había ocurrido.
Mientras se acercaba a su hogar no pudo dejar de pensar en Lutz y sus investigaciones privadas según pensaba ya sin control.
Llegó a una esquina y a lo lejos vio a una persona correr y le pareció que llevaba una cámara fotográfica.
Presa de una gran y repentina agitación trató de correr tras esa persona que se alejaba a gran velocidad.
Incapaz de alcanzarlo se detuvo y grito con todas sus fuerzas.
"¡¡¡Lutzzzzz¡¡¡"
Fue imposible, no obtuvo respuesta a su grito. Inmediatamente pensó en cuantas fotografías pudo haber tomado de su
detención Abelardo Lutz y los rictus, semblantes, contracciones que pudo haber registrado en esos momentos en que fue interceptado por la Policía.
Si bien le producía inquietud saberse perseguido por el Investigador Privado que él contrató, deseaba ver esas fotografías. Pero, no quería ponerse en contacto nuevamente con Lutz. Le aterraba oír esa voz espesa y sobretodo retomar el contacto con un tipo al que calificaba ahora tras verlo correr y huir del lugar, como una suerte de psicópata emergido de una caja de pandora que él mismo había abierto.

Texto agregado el 27-02-2020, y leído por 112 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-03-2020 ¡Muy buena esta segunda parte! Lo que está claro es que Estay no puede vivir sin Lutz, ni al revés. Uno es la aventura del otro. Espero la tercera parte ***** Antonela80
 
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